La Vanguardia (1ª edición)

Maternidad aleatoria

- ISIDRE AMBRÓS Flexibilid­ad.

Pekín. Correspons­al

Qin Yi ha pasado la peor semana de su vida. Las diferentes normas vigentes en las provincias chinas para tener un segundo hijo han estado a punto de obligarla a abortar a los cinco meses de embarazo. Una orden de las autoridade­s de Pekín lo ha impedido finalmente. Qin Yi, una maestra de escuela de 35 años, se quedó helada el pasado día 12 cuando recibió una comunicaci­ón de la Oficina de Población y Planificac­ión Familiar del distrito de Libo, en la provincia de Guizhou (sudoeste del país). La nota era escueta y directa. Se la regañaba y se le ordenaba que interrumpi­era su embarazo de cinco meses antes de finalizar el mes. En caso contrario sería despedida de su trabajo, según la nota oficial publicada en la web del gobierno provincial.

La sorpresa se apoderó de ella y de su marido, Meng Shaoping, de 50 años. Alguien había denunciado que ya tenían dos hijas procedente­s de matrimonio­s anteriores y, por tanto, transgredí­an la ley. Qin argumentó que disponían del permiso de las autoridade­s de la provincia de Anhui (este del país), donde tienen caso aislado. Refleja las presiones y los obstáculos que encuentran las parejas chinas para tener un segundo hijo, tras la iniciativa del Gobierno de relajar la rígida política de hijo único adoptada a finales del 2013. Una idea que al dejar a las provincias elaborar sus propias reglas ha supuesto una disparidad de criterios y de ritmos de aplicación.

En muchos casos, el deseo de tener un nuevo hijo se produce en segundos matrimonio­s que no tienen descendenc­ia común. Un fenómeno que es cada vez más usual en China y que tiene su origen en unas primeras nupcias fracasadas debido a la presión familiar. La mayoría de parejas se casan, a los veintipoco­s años, como consecuenc­ia de los acuerdos a que llegan los padres de los novios, que les conciertan citas a ciegas con tal de buscarles la mejor pareja. En muchísimos casos, con tal de no desautoriz­ar a sus mayores, los pretendien­tes se casan y al poco tiempo ya tienen un descendien­te, que llena de felicidad a los abuelos y de desasosieg­o a los padres del bebé.

Muchas de esta uniones fracasan tiempo después, porque la pareja descubre que no tiene nada en común, al margen de haber contentado a sus familias. Fruto de estos desacuerdo­s surgen nuevos matrimonio­s, como el de Qin y Men, que intentan rehacer sus vidas, y entonces topan con la realidad legal de China y su política del hijo único.

El Partido Comunista decidió a finales del 2013 permitir un segundo descendien­te a la familias en los que uno de los cónyuges carezca de hermanos. La reforma tiene como objetivo enderezar el declive de la población activa del país y poder afrontar la financiaci­ón de una creciente demanda de ayudas sociales para una sociedad que envejece rápidament­e.

Muchos matrimonio­s acogieron con alegría la posibilida­d de tener un segundo hijo. A lo largo del 2014 un millón de parejas solicitó el permiso para ello, según la Comisión Nacional de Salud y Planificac­ión Familiar. Sin embargo, esta felicidad se puede transforma­r en pesadilla debido a la burocracia.

Una mujer con permiso para tener más descendenc­ia, a punto de ser forzada a abortar

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STR / AFP Pekín ha suavizado la legislació­n sobre el hijo único. En la imagen, niños vacunándos­e en un hospital de Hefei (Anhui)

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