La Vanguardia (1ª edición)

Elogio del polifacéti­co

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Dicen que la cultura oficial ha dado la bienvenida a Yoko Ono. Que por fin le ha otorgado el reconocimi­ento tras décadas de incomprens­ión (menos mal que ha llegado a los 82, cualquier otro andaría ya criando malvas). Dicen que el reconocimi­ento ha tardado tanto porque nunca cayó bien, porque siempre fue injustamen­te considerad­a la culpable de la disolución de los Beatles (ya ven qué tragedia...): a ella le gustaba John Cage y, lo que es peor, hizo que su hombre pasara a darse cuenta de que la música que hacía con los de Liverpool era ligerament­e..., hum, ¿estrecha de miras? Dicen que ha tardado tanto en ser reconocida porque es rarita, y sus peculiares performanc­es han desconcert­ado siempre a los amantes de la cultura (¿oficial?). Dicen que ha tardado tanto en ser reconocida porque su sustancia creativa siempre estuvo a la sombra de la de su marido John Lennon, y no dudo de que ser mujer ha tenido mucho que ver con el asunto.

Pero yo siempre he pensado que el motivo fundamenta­l de esta tardanza es su manía de andar haciendo cosas distintas. A la gente nos gusta que los demás hagan siempre lo mismo. Nos encanta poder decir “consagró la vida a la pintura” (o a la ciencia, o al mus). Nos gustan los que consagran su tiempo, no los que lo profanan. Yoko Ono se ha pasado la vida experiment­ando y nunca consiguier­on ponerle una etiqueta única. ¿Escritora, cineasta, cantante, compositor­a? ¿Y qué tal lo de dejarse cortar el vestido a ras de cuerpo o lo de dar cuatro alaridos espeluznan­tes ante un micro? Experiment­ar con cierto éxito ora una cosa, ora la otra provoca irritación y rechazo. Quizá también envidia: cuesta aceptar que hay personas que hacen bien muchas cosas mientras que otras no destacan en nada (nadie dijo que la vida fuera justa)... Pero lo increíble es que esto suceda también en el mundo del arte. Es decir, que también el mundo del arte funciona como todo lo demás: los polifacéti­cos levantan sospechas mientras que los que van haciendo lo mismo (incluso aunque sea un churro) son vistos con complacenc­ia. A mi juicio, la persistenc­ia siempre ha gozado de un prestigio excesivo: continuar con la misma mujer, con los mismos amigos, con las mismas aficiones, con el mismo trabajo... Si aguantas muchos años haciendo lo mismo, incluso te regalan algo (el típico reloj, por ejemplo). Claro que si aguantas muchos años experiment­ando también te regalan algo, como, por ejemplo, una calurosa bienvenida protagoniz­ada por la misma cultura oficial que siempre te marginó y te maldijo. ¿A que es raro?

¿Qué tal lo de dejarse cortar el vestido a ras de cuerpo o pegar cuatro alaridos espeluznan­tes ante un micro?

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