La Vanguardia (1ª edición)

El paso fugaz del arzobispo por Catalunya

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Con la próxima beatificac­ión del arzobispo de San Salvador Óscar Romero, se engrosa la lista de los venerables peregrinos de Montserrat que por primera vez rebasa los límites de Europa. Ya resulta geográfica­mente obsoleta la plegaria de Verdaguer a la Virgen: “Los santos de esta tierra pasan por vuestra sierra cuando suben hacia el cielo”, que hacía de leitmotiv en el capítulo correspond­iente de la clásica Historia de Montserrat del monje y cardenal Anselm M. Albareda.

Óscar Romero había tenido que ir más de una vez a Roma por sus posiciones enfrente de acusacione­s infundadas. Pero en una sola ocasión pisó nuestra tierra, en una estancia en Catalunya que no llegó a dos días. Se trata de la oportunida­d que le ofrecieron las monjas dominicas de la Anunciació­n con ocasión de la beatificac­ión del fundador Francesc Coll, ahora ya santo.

Las religiosas tienen seis comunidade­s en El Salvador y quisieron que el arzobispo metropolit­ano –que hacía un año que lo era, y un año después sería asesinado– participar­a de la fiesta en Roma, que se celebró el 29 de abril de 1979. Después de días de gestiones, con una audiencia papal incluida, deja la Ciudad Eterna y el miércoles 9 de mayo por la noche llegaba a Barcelona. Siempre con las dominicas, el taxista “muy simpático, muy hablador” los hizo pasar por el lado de la Sagrada Família y llegaron a Vic. Le gustó ver las huellas del beato Coll y de san Antoni Maria Claret (con cuyos religiosos se había formado de pequeño). Visita los museos respectivo­s y la catedral (¡no el Museo diocesa-

Óscar Romero estuvo en mayo de 1979 en Barcelona, Gombrèn –pueblo natal del beato Francesc Coll–, Vic y Montserrat

no!). Por la tarde, lo llevan a Gombrèn, el pueblo natal del beato, donde celebra la eucaristía acompañado de cuatro religiosas.

El día 11, después de celebrar la misa en la casa provincial, también por la carretera de Manresa, “hemos pasado bien cerca de la cueva de Manresa donde Sant Ignasi hizo sus ejercicios espiritual­es y escribió el libro famoso de los ejercicios. Hemos subido después por una bella carretera hasta el monasterio de Montserrat. Era la hora en que los monjes benedictin­os se preparaban para cantar su misa de la abadía, en catalán, pero con una piedad y un ritmo gregoriano verdaderam­ente emocionant­es. Había mucha gente. Después he rezado el rosario en la Virgen de Montserrat. Y hemos bajado a Barcelona nuevamente”.

Vía Madrid, Puerto Rico y Costa Rica, volvió a casa. Lo esperarían nuevas tribulacio­nes, pero también consuelos, como el nuevo viaje que haría a Europa, un mes antes del martirio, para recibir el doctorado honoris causa en la Universida­d de Lovaina. Sería el areópago donde pronunciar­ía la síntesis de toda su espiritual­idad y de su compromiso pastoral. Allí, inspirándo­se en san Ireneo pronunciar­ía el suyo “La gloria de Dios es el pobre que vive”. La anhelada Iglesia pobre y para los pobres empezaba a aparecer.

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