Caos en las vías
EL caos vivido ayer en el transporte público de Barcelona y su área metropolitana fue el no va más. A primera hora, una avería tecnológica en el centro de control de Adif afectó a 200 trenes de Rodalies y a más de 80.000 usuarios, con retrasos de hasta una hora y, como consecuencia, un colapso en las entradas a Barcelona. Otra avería mecánica paralizó a mediodía un AVE procedente de Francia cuando se encontraba a 400 metros de la estación de Sants por lo que, tras dos horas de espera, los viajeros tuvieron que caminar esa distancia por el interior de los túneles. Finalmente, a primera hora de la tarde, un fallo en el sistema de control de tráfico de TMB dejó sin servicio las líneas 9 y 10 del metro y unos 300 viajeros fueron desalojados también por los túneles. Una estampa, la de viajeros llegando a las estaciones andando entre las vías, que no se corresponde con una ciudad del nivel de Barcelona. Los responsables de ese monumental desaguisado deben rendir cuentas a los ciudadanos.
Aunque las contingencias habidas tienen que ver con distintos gestores y que los servicios que prestan el AVE y el metro tienen, en general, un nivel aceptable, lo que no es por supuesto el caso de Rodalies, lo cierto es que la cadena de averías y de fallos puso en vilo la capital catalana y su área metropolitana, con la consiguiente pérdida en horas de trabajo y la indignación de los usuarios, todo ello en vísperas de unas elecciones municipales que se anuncian tan reñidas como trascendentes para el futuro.
La cuestión viene de lejos, especialmente en el caso de cercanías. El endémico déficit de inversiones en el servicio sitúa el sistema de transporte público por ferrocarril al borde del colapso semana tras semana. La pacien- cia de los usuarios, que soportan cívica y estoicamente averías, fallos, incomodidades y retrasos, se encuentra desde hace tiempo al borde del agotamiento, mientras los sucesivos gobiernos miran hacia otra parte, repartiendo migajas en lugar de acometer para siempre el problema de fondo, como ya se ha hecho en otras ciudades españolas donde el transporte público funciona con eficiencia notable. El servicio de cercanías de Barcelona, como el del metro o los Ferrocarrils de la Generalitat, debería ser una cuestión de Estado por la influencia que tiene en el desarrollo económico y en el bienestar de los ciudadanos. No ha sido así en Rodalies porque se ha preferido invertir financieramente en opciones como el AVE, y ahora se pagan las consecuencias de unas políticas equivocadas, con jornadas tan inaceptables como la vivida ayer en los túneles de Barcelona.
El Govern exigió inmediatamente a Fomento, que es el que tiene que presupuestar las inversiones, a Renfe, concesionaria del servicio de Rodalies, y a Adif, responsable de ejecutar los proyectos, explicaciones por la crónica cadena de averías, mientras los líderes soberanistas se apresuraban a agitar la independencia como solución al problema. Pocas horas después, era el metro, que depende de las autoridades municipales, el que sufría una avería similar a la de cercanías.
Lo ocurrido ayer en el sistema de transporte público por ferrocarril y sus consecuencias en todo el tráfico público y privado en Barcelona y sus alrededores clama al cielo. No basta con buenas intenciones ni palabras de comprensión del problema. Debe ser tratado como una cuestión de Estado, de una vez por todas, y resuelto con urgencia. Y los responsables deben rendir cuentas de su clamorosa ineficacia ante la ciudadanía.