Negra impotencia
Josep Cuní me hizo una pregunta tan sensata como insensata es la inevitable respuesta: “¿La Unesco o el Consejo de Seguridad no pueden hacer nada para salvar Palmira?”. Y con la desesperanza por la probable destrucción de un patrimonio milenario único, la pregunta se hace extensiva: ¿no se puede parar el avance militar de Daesh?, ¿no puede acabar la sangría que amontona, en el pináculo de la vergüenza planetaria, miles de cadáveres? Y con las preguntas, las respuestas nos dejan desnudos ante nuestra propia ignominia. Sí, se puede parar, pero no queremos.
Por supuesto, la afirmación anterior no es tan simple, y se pierde en un infinito de matices, pero al final queda el hueso pelado: no queremos. Probablemente no queremos porque habría que tomar decisiones difíciles, los equilibrios son complejos, bla-bla-bla, pero lo cierto es que no lo hacemos. Y el listado de debilidades que nos muestran, a la par, tan débiles ante el avance islamista, es demoledor.
Por resumir, estamos atrapados en una triple espiral que nos inutiliza: por un lado, un fallo sistémico de los orga-
La indiferencia de la progresía ante el avance del islamofascismo es una traición a la libertad
nismos internacionales, con la ONU convertida en un caro e irrelevante parque de atracciones. Y en el Consejo de Seguridad, la pelea a tres por el dominio del mundo deja al susodicho sin ningún dominio; por el otro, nuestra dependencia energética nos hace esclavos de dictaduras islamistas que llevan décadas alimentando el salafismo en todo el mundo.
¿Y qué esperábamos, que el huevo de la serpiente no eclosionara?
Millones de dólares de nuestros aliados del petrodólar para fomentar una mirada extrema del islam, y cuando crecen los monstruos nos llevamos las manos a la cabeza. Es cierto que Arabia Saudí no envía a gentes de nuestro país a la yihad, pero ¿quién creen que ha financiado al imán salafista de turno que les dejó el cerebro podrido? ¿Y cómo creen que influye que estos países poderosos usen el islam para imponer brutales tiranías? Y si nos ponemos simpáticos, ¿hablamos de los amiguetes culés de Qatar, refugio de líderes terroristas? Pero, a la par, ¿quién se atreve a poner el cascabel a un gato que garantiza nuestro bienestar económico, básicamente asentado en el petróleo? “Me necesitas, te poseo”, asevera un dicho árabe, y a fe de Dios que lo cumplen.
Y si ello no fuera suficiente debilidad, tenemos una opinión pública que no se indigna ni se moviliza, especialmente aquellos que están siempre levantando pancartas. Lo he dicho y lo repito, la indiferencia de la progresía ante el avance del islamofascismo es una traición histórica a la libertad. ¡Qué desprestigio de gentes que un día habían sido referente! Sin presión, ni manifestaciones, ni indignación colectiva, los gobernantes van despistando, incapaces de tomar decisiones severas. El problema no es que seamos inoperantes y estemos cagaos. El problema es que los yihadistas lo saben.