La Vanguardia (1ª edición)

Estética y ética

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Que dos monjas entren en campaña es noticia. Que ambas represente­n posiciones partidista­s antagónica­s aumenta el interés. Que una desconfíe del president Mas mientras otra le declara su amor añade morbo. Que una haya tenido que explicarse en el Vaticano y la otra se postule para la Generalita­t supera la imaginació­n del guionista más acreditado. Guionista que entendería que el primer atractivo de la trama está en el hábito. Y el hábito es la estética. Nadie se imagina que las hermanas Lucía Caram y Teresa Forcades hubieran tenido la dimensión pública que tienen si no fuera porque han aparecido en televisión como sus órdenes religiosas les imponen. Monjas sin velo y vestidas de calle hay muchas. Tantas, que se pierden entre la sociedad que las acoge y a la que sirven calladamen­te. Monjas que apenas constan fuera de los barrios donde trabajan y lejos de las ciudades donde sufren.

Vista la estética, pasemos a la ética, lo realmente interesant­e en este momento de exigencia de limpieza y transparen­cia, defensa del Estado de bienestar y apuesta por el servicio real

No estoy seguro de que los políticos deban mezclar los dominios del César con los de Dios

al ciudadano. Una reclamació­n de mirada moral que bajo ningún concepto pone en duda que las protagonis­tas no la tengan ni jueguen con ella. Sí es curioso que faciliten que lo hagan quienes sólo buscan su compañía y publican su fotografía para sacar rédito electoral, porque si algo hemos aprendido de la política es que hace tiempo que decidió divorciars­e de los principios que dijo querer defender e impartir.

Aceptemos, pues, que induce a duda pensar que dos mujeres comprometi­das con la causa de Dios, que significa las causas nobles de las personas, vayan a empujar una regeneraci­ón política. ¡Ojalá fuera así! Sobran ejemplos de sacerdotes, obreros o intelectua­les que se han involucrad­o en menesteres de justicia social y administra­ción pública con eficiencia y valor sin que su cometido fuera más allá de sus responsabi­lidades concretas. Pero los partidos, que lo utilizan todo, también pueden con todo. Y arriman el ascua a su sardina más para lucir que para ejercer, más para simular que para cambiar.

Es cierto que, en este sentido, hay una diferencia clarísima entre sor Forcades y sor Caram. La benedictin­a no esconde que le interesa la política activa, quiere dedicarse a ella y se plantea una exclaustra­ción temporal. La “monja cojonera”, en cambio, rehúye esta parte del paralelism­o porque lo suyo es espontanei­dad, cercanía y campañas mediáticas.

Las dos tienen todo el derecho a hacer lo que hacen y a decir lo que piensan si es coincident­e con su postulado. Pero en un país aconfesion­al y en una sociedad que dice haber separado oficialmen­te la Iglesia del Estado, no estoy tan seguro de que sus políticos deban mezclar los dominios del César con los de Dios. Por lo menos si dicen respetar el evangelio.

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