La memoria del corazón
LERNESTO CARRATALÁ GARCÍA (1918-2015)
Profesor de Filología Hispánica y escritor a noche del 4 de mayo, anticipándose a una nueva luna llena, Ernesto Carratalá García culminó una vida al menos tan llena como la de un plenilunio primaveral, la del “piojo republicano” que nos decía ser a través de sus Memorias de un piojo republicano (Pamplona: Pamiela, 2007); una delicia de lectura en que dejó escrito el certificado de un primer nacimiento: “Nací por primera vez en Madrid [...] exactamente el 22 de octubre de 1918” (p. 17).
El joven Ernesto tenía que convertirse repentinamente en huérfano, con poco más de diecisiete años, a raíz de la primera muerte que acompañó el estallido de la guerra. La muerte de su padre, el teniente coronel fiel a la República Ernesto Carratalá Cernuda, primo del poeta Luis Cernuda, lo empujó a luchar en defensa de la República en el frente de Somosierra. Herido en la batalla, hecho prisionero por el ejército rebelde, condenado a muerte, cautivo en varios penales franquistas durante siete años (1936-1943), prófugo de la injusticia –como él mismo solía decir–, participó en la sangrante e infructuosa huida del penal de San Cristóbal de Pamplona (el 22 de mayo de 1938: ¡77 años ya!). El azar le permitió renacer en un par de curvas del camino de la vida, a la cual se pegó con la tenacidad del piojo resucitado.
Superviviente del hambre y las penurias de las sucesivas prisiones y la posguerra, llegó tardíamente a la Universitat de Barcelona, primero como alumno (1952) y, años más tarde, como profesor mítico, de materias como la gramática histórica española, que yo tuve el privilegio de cursar a mis veinte años (1980-81). Me recuerdo deslumbrado por la figura de aspecto “unamuniano” del maestro, tan exigente como dedicado a la profesión etimológica de profesor. Docente años anteriores en varios continentes (Europa, África, América), había heredado también sangre de continentes diversos, en los cuales ha acabado dejan- do a su vez semilla fecunda en forma de descendientes.
Persona con formación teatral, gran intérprete en el teatro de la vida, nos enseñó no sólo a saber, sino –mucho más importante– también a saber recibir, administrar y transmitir los saberes ( scientia); nos inculcó una manera de hacer y, sobre todo, una manera de ser. Nunca sentado (de sedere nace el seer > ser castellano; y el catalán seure), Carratalá señoreaba con dotes de artista su profesión de estima por la docencia; siempre de pie (del pes, pedis latín diminutizado peduculu, peuet, que se convierte en piojo). El piojo –poll en catalán–, un animalillo insignificante pero vencedor de la contienda en catalán con otros polls homónimos, si bien menos tenaces ( pollancre, pollastre, pollet). El piojo que se aferra a la vida capilar desde que el hombre es hombre, desde las cabezas de los ancestros romanos hasta los del conjunto de nuestra romanicidad ( piolho, piollo, pesoll, pou, pidocchio, paduche).
En el invierno de su vida, otro azar indujo que la Universitat de Barcelona, a través de su comunidad de exalumnos (Alumni UB) y en colaboración con la facultad de Filología, celebrara un homenaje al profesor y exalumno emérito, el día 1 de abril del 2014. Ni más ni menos que 75 años después de aquel otro abril, que marcó la historia reciente de toda una generación. En ocasión tan especial, accedí a la petición de Alumni UB de escribir una semblanza del maestro, iniciada con el carácter augural del nombre de Ernesto ( Nomen omen): del antiguo alemán ernust ‘batalla, combate, guerra’.
Hombre de palabra, dejó escritas las últimas líneas del libro de su vida: “El profesor Ernesto Carratalá García falleció el día... de... de... Había donado su cuerpo a la Universidad de Barcelona. No se invita particularmente a su disección” ( Memorias, p. 398). Su espíritu pervive dentro de la memoria del corazón.
Universitat de Barcelona Institut d’Estudis Catalans