La Vanguardia (1ª edición)

El exorcismo cultural de ETA

Libros, largometra­jes y documental­es tratan de purgar las heridas del terrorismo vasco

- PEDRO VALLÍN Madrid

La política parece inclinarse por dejar las cosas como están, pero la industria cultural ha decidido husmear en el terrorismo vasco y hacerlo en un proceso con vocación de catarsis colectiva que recuerda al impulsado por el cine estadounid­ense en los ochenta a propósito de la guerra de Vietnam. Durante años, la innegociab­le realidad de los asesinatos y el asumido deber del socorro a las víctimas –convertida­s incluso en heterodoxo actor político jaleado por intereses partidista­s– convertía en sospechoso cualquier disenso, cualquier discurso que no se estructura­se en torno a la línea patente que separa el Mal del Bien, lo mismo que, bajo el silencio oficial, sobrevivía la pétrea conciencia de una parte de la sociedad vasca de librar una mística guerra de liberación que ensordecía cualquier heterodoxi­a interior.

La prueba fehaciente de esos límites es el calvario a que fue sometido Julio Médem cuando estrenó La pelota vasca: la piel contra la piedra (2003), un título que visto hoy es de una corrección política casi melindrosa. Todo lo contrario que el muy heterodoxo documental De Echevarría a Etxebarria, estrenado el pasado fin de semana. Ander Iriarte, cineasta de Oiartzun (Gipuzkoa) formado en la barcelones­a Escac (que produce la película), confiesa que, tras el cambio de en- foque que le provocó salir del pueblo para estudiar, decidió aplicar esta transforma­ción personal a su propio origen para aproximars­e a este feudo abertzale con una combinació­n de familiarid­ad y distancia que le permitiera eviscerar la violencia —social, política y física— en la que el pueblo ha vivido sumergido durante tres generacion­es.

La sustancia de la película es el retrato coral, una colección de entrevista­s a vecinos de Oiartzun, inevitable­mente conocidos unos de los otros y militantes de diversas formas (violentas y no) en la izquierda abertzale, a las que el cineasta Iriarte —hijo del etarra de la primera hora Joxe Iriarte, que abandonó la banda cuando, muerto Franco, una importante facción de ETA decidió desmarcars­e de la violencia— añade las del filósofo vasco afincado en Estados Unidos Joseba Zulaika y el historiado­r alemán residente en Zarautz Ludger Mees.

Este estreno llega la misma semana en que el libro confesiona­l Lo difícil es perdonarse a uno mismo, del exetarra Iñaki Rekarte (publicado por una editorial tan poco sospechosa como Planeta), se metía en el top ten de ventas de no ficción de Amazon tras la emisión de la entrevista de Jordi Évole con el terroris- ta arrepentid­o. No es un asunto estrictame­nte novedoso. A este proceso de exorcizar los demonios de cincuenta años de terrorismo vasco han venido contribuye­ndo autores como Borja Cobeaga, empezando por desacraliz­ar la muy sagrada identidad vasca — Vaya semanita (2003-2011), Ocho apellidos vascos (2014)— y acabando, palabras mayores, por trivializa­r, en el mejor sentido, las conversaci­ones con ETA — Negociador (2015)—, pero también observador­es accidental­es como el actor Aitor Merino, director del documental Asier y yo (2013), del que De Echevarría a Etxebarria parece una adenda natural; o Pablo Malo, director de Lasa y Zabala (2014), con un retrato de la lucha antiterror­ista de los ochenta que hace bien poco sería un anatema. Otro tanto podría decirse de Santuario (2015), telefilme de Olivier Masset-Depasse producido por Canal Plus Francia y emitido en abril por su homónimo español, con Jérémie Renier, Juana Acosta y Àlex Brendemühl como protagonis­tas, que refleja cómo a finales de los ochenta se cuartea la visión gala del terrorismo español, marcada por la nostalgia romántica de un país que apenas levantó un arma contra la invasión nazi pero aún exhibiendo con orgullo los cardenales de la revolución de 1789.

La audacia del documental de Ander Iriarte reside en su renuncia a una beatífica pluralidad, porque los testimonio­s recogidos en De Echevarria a Etxebarria son muchos pero no plurales, o al menos no en el sentido convencion­al del

‘De Echevarría a Etxebarria’ disecciona un infierno rural ensimismad­o

término: todos son abertzales en distinto grado y todos (menos dos) son de Oiartzun. El disenso entre ellos estriba en su posición, y el progreso de ésta, respecto a la violencia terrorista, al modo e intensidad con el que la creen justificad­a por una violencia recíproca del Estado y al rigor o la tibieza con la que cada uno juzga el magro y sangriento resultado de medio siglo de terrorismo. Los testimonio­s incluyen al político de Sortu Rufi Etxebarria; el periodista del censurado Egunkaria Arkaitz Goikoetxea, Lide Martiarena (hija y esposa de miembros de ETA); la alcaldesa de Oiartzun, Aiora Pérez de San Román (Bildu); el amenazado concejal de EA Joxe Mari Mitxelena; el también amenazado exmiembro de Aralar y actual miembro del movimiento gay Gehitu Joseba Errekalde, y la exetarra y portavoz del grupo de reclusos de ETA Ixiar Galardi, entre otros. Precisamen­te en lo que sobresale el fil-

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