El terrorismo como marco
‘La muerte de Mikel’ y ‘Tasio’, ambas de 1984, rompieron los primeros tabúes
Quizá La muerte de Mikel (1984), de Imanol Uribe, siga siendo hoy una rareza. La película que ratificó la condición de estrella de Imanol Arias –que acababa de protagonizar la exitosa serie Anillos de oro (1983), de Ana Diosdado– parecía abrir la veda para hablar a calzón quitado de las muchas aristas de la supuesta lucha libertadora abertzale –el matriarcado, el ruralismo, la homosexualidad..., muchos de los tabúes del vasquismo que aparecen en De Echevarría a Etxebarria ya estaban ahí–, pero la resistencia de ETA a desaparecer y su sanguinario progreso en los años sucesivos canceló esa vía de indagación dramática y el filme quedó como una rara avis extinta y sin descendencia. Habría que esperar una década a que el propio Uribe firmase Días contados (1994), en la que vuelve sobre el conflicto vasco, aunque esta vez centrando el drama en la conflictiva historia de amor entre un terrorista y una prostituta, en la que los perfiles sociopolíticos del conflicto son mero decorado.
Algo parecido a lo que, desde una perspectiva radicalmente diferente, realizó Jaime Rosales con Tiro en la cabeza (2008), centrada en desnudar el proceso del asesinato de cualquier contexto político o emocional, intentando dilucidar lo que de trivial ceremonia hay en procurar la muerte de otros. Ese mismo año se estrenaría sin apenas eco La casa de mi padre, de Gorka Merchán, un filme centrado en las simas sociales y familiares que las cinco décadas de terrorismo habían abierto en la población vasca, de nuevo con Carmelo Gómez como protagonista, secundado aquí por el desaparecido Álex Angulo. El final de ETA se columbraba y los cineastas comenzaban a meter las narices en el oasis vasco con una vocación muy alejada de la elegía.
Poco antes, en 2004, Miguel Coutois había dirigido El lobo, sobre la peripecia de José María Txema Loigorry, policía infiltrado en ETA que llegó hasta la cúpula, pero lo hacía desde el thriller de acción, con la mirada más pegada a un drama de espías de la guerra fría que a las vicisitudes políticas de Euskadi.
El mismo año que La muerte de Mikel, 1984, se había estrena- do Tasio, debut de Montxo Armendáritz y también una aproximación al mundo vasco. Pero muy otra: narra la vida de un joven carbonero navarro obligado a emigrar a la ciudad, y su notable éxito de crítica y taquilla es elocuente de la hegemonía cultural de un ruralismo rousseauniano que veía en la arcadia campesina el hábitat último del hombre libre que sucumbirá a la desnaturalizada y alienante realidad del progreso urbano. Los paraísos perdidos. El triunfo de la hermosa fábula sobre Tasio explica muchas cosas de las que entonces ocurrían y de las que aún estaban por venir.
‘La muerte de Mikel’ encumbró a Imanol Arias y descubrió algunas aristas de la lucha abertzale