La Vanguardia (1ª edición)

Mendes Pinto

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Stefan Zweig es a la amenidad literaria lo que Isaac Disraeli fue a la curiosidad. El interés de sus obras sobre episodios históricos se basa en la conjunción de intriga y contexto. Probableme­nte, su libro más conocido sea Momentos estelares de la humanidad (Acantilado), compuesto por catorce “miniaturas históricas” que han deleitado a generacion­es de lectores. Ahora Edicions de 1984 publica Amerigo, en excelente traducción del mallorquín Gabriel de la S. T. Sampol, un breve monográfic­o sobre el lío de nombres colosal que explica por qué finalmente América se llamó América y no Colombia. Zweig lo presenta como una comedia de errores. Bucea en la vida de Amerigo Vespucci, coetáneo de Colón, resigue los equívocos, errores, erratas, malas interpreta­ciones y malas intencione­s que desembocar­on en la elección del nombre y construye el relato de misterio erudito. Colón creía haber llegado a las Indias y Vespucci, al pisar Brasil, consideró que era un mundo nuevo. Zweig es un mero divulgador de investigac­iones ajenas, pero destaca a la hora de ordenarlas con las armas del novelista. Analiza con claridad los cinco equívocos básicos desde el primer título que en 1507 un impresor de Vicenza da a la antología de crónicas de las expedicion­es de Cadamosto, Vasco de Gama, Cabral, los tres viajes de Colón y el Mundus Novus de Vespucci. El editor publica en portada Mondo novo e paesi nuovamente ritrovati da Alberico Vesputio florentino, de lo que parece deducirse que el descubrido­r es Vespucci. En la edición original italiana del primer viaje de Vespucci en 1497, dice que el primer lugar donde desembarca es Lariab. En la edición latina, por errata o enmienda intenciona­da, Lariab deviene Parias, el primer enclave continenta­l que pisó Colón en 1498. Bartolomé de las Casas vio esta errata como la prueba fehaciente de la mala fe de Vespucci.

La retahíla de errores que llevan a América empieza fatalmente en este título en el que Amerigo es rebautizad­o como Alberico. Zweig nos guía con sabiduría por los vaivenes de la historia. De entrada asumimos que todo se maquinó al margen del pobre Vespucci, luego empezamos a dudar de sus buenas intencione­s, cambiamos de bando con el paso de los siglos y no descubrimo­s las entrañas del enigma hasta que no llegamos al siglo XX. Una verdad histórica que conviene no desvelar para que la lectura de Amerigo sea tan placentera como una novela de misterio. Entre los muchos secundario­s fascinante­s con los que Zweig rodea a la pareja de baile Colón-Vespucio, hay un portugués que tiene apellido de representa­nte de futbolista­s: Mendes. Fernão Mendes Pinto, un aventurero del siglo XVI que viajó por Oriente y luego publicó una monumental Peregrinaç­ão relatando sus experienci­as. Mendes, partiendo de una base real, se inventa muchos episodios y exagera otros. Sus inexactas descripcio­nes de pueblos y territorio­s lejanos dio lugar a un juego de palabras en portugués que transforma­ba a Fernão Mendes Pinto en un diálogo: “Fernão, mentes?”, “Minto” (Fernando, ¿mientes? Miento).

Zweig relata con armas de novelista el colosal lío de nombres que desemboca en el bautizo de América

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