La Vanguardia (1ª edición)

Los malos son los mejores

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Llucia Ramis Barcelona No le gusta que unos fans hayan filtrado el ensayo de Edurne en Eurovisión. Estamos en un bar de tapas en Sant Antoni. Somos diez. Tomamos cerveza, jamón y queso Comté. Acabamos de salir de La Calders, donde Elena Medel ha presentado El mundo mago. Cómo vivir con Antonio Machado (Ariel), acompañada de Víctor Fernández y Francisco Martínez Soria (el editor, no el que están pensando). El libro forma parte de una colección que también trata la obra de Montaigne y Homero. En él, la autora repasa la relación que el de Campos de Castilla tuvo con la memoria, la muerte o la fe.

Medel puede hablarte de Whitman, coordinar la revista Eñe, ser editora de La Bella Varsovia, ganar el Loewe con Chatterton (Visor) y defender Eurovisión a ultranza. Además, está al día de la novela que ha publicado la pseudoesca­ndalosa exconcejal Olvido Hormigos, “algo así como Cincuenta sombras de Grey pero en Toledo”. Indagamos sobre quién lo habrá escrito. Cordobesa, Medel vive en Madrid. El lunes participó en el Festival Internacio­nal de Poesia de Barcelona, y según la jefa de Serveis de Bibliotequ­es de Catalunya, Carme Fenoll, estuvo brillante. En el Palau de la Música, iluminado cual noche estrellada por las linternas del público que leía la traducción, también recitaron dos grandes como Charles Simic y Sharon Olds. Al acabar Medel un precioso poema sobre una ruptura sentimenta­l, la gente se rió. En el escenario, ella protestó: “No tiene gracia”.

Los camareros son bordes. Es la nueva moda urbana, tratar al cliente como si no mereciera consumir, hacer que se sienta culpable. He llegado tarde, tras salir corriendo, literalmen­te, de otra presentaci­ón en la Casa Usher. Ginsbury. Un viaje a lo desconocid­o es casi un proyecto familiar. Su autor es Jan Martin, hermano del editor del libro Uri Costak, y de Joana Costa, que trabaja en Scholastic y descubrió para los lectores en español a Suzanne Collins, la de Los juegos del hambre. Martin, Costak y Costa no comparten apellidos, pero padres sí. Su madre es la creadora del logo de Ginsbury Books.

Dicen que este libro te cambia la vida. De momento lo han leído unas cien personas, entre las que se cuentan Carmen, la señora de la limpieza, el suegro de Costak, que si lo he entendido fue director de Bayer, el agitador cultural Max Porta y una pareja que se reconcilió al leerlo. La idea es que sea el primero de una editorial con el mismo nombre y que refleja “la utopía de nuestro siglo”. Martin ha vivido en Argentina, India, Ale- mania, y como un pequeño Siddharta, descubrió que damos por válidas unas ideas no siempre ciertas. Por ejemplo, que los espermatoz­oides compiten para concebir. ¿Y si no fuera así? ¿Y si se tratara de una colaboraci­ón altruista en la que la mayoría se sacrifica para que sólo uno fecunde el óvulo?

De niño, el lavabo de su casa estaba forrado con papel de periódico, y Martin solía fijarse en un titular de Paul Auster: “Si entendiera lo que escribo, no escribiría”. Ahora se deja sorprender por lo que no sabía que sabía. Mientras él decía que Darwin está en entredicho, mencionaba la teoría de que la Tierra es hueca, denunciaba la vulgaridad del pensamient­o y cuestionab­a si un cambio de premisas cambiaría el mundo, yo bebía un vasito de QUA, un Montsant, y calculaba cómo lle- gar a La Calders. Llovía. Al entrar, Medel hablaba de la maleta que Machado perdió en el exilio, e Isabel Sucunza me ha ofrecido una cerveza que me he bebido de un trago. Con las que llevo ahora en el bar, estoy desinhibid­a. Por eso le digo a la tercera camarera que nos atiende: “Eres la única que nos trata bien aquí”.

La serie House transmitió la idea de que un buen médico tiene que ser maleducado. Claro que el personaje se basaba en Sherlock Holmes. ¿Un buen detective debe ser misántropo y desagradab­le, como en la ficción?, me pregunté el lunes en el Ateneu Barcelonès, durante la charla El crim a Catalunya: de El Caso a les màfies. En ella participab­an Andreu Martín y Emili Bayo –ambos ganadores del premio Crims de Tinta con Societat negra y Puta pasta, respectiva­mente–, el crítico de cine Manuel Quinto y Antoni Rodríguez, inspector jefe del apartado del crimen organizado de los Mossos d’Esquadra, que, vestido de uniforme, dejó su gorra en una mesita, y no parecía ni misántropo ni desagradab­le.

Moderados por Cristina Puig, recordaron que, hace unos años, “este país estaba tan desorganiz­ado que era imposible organizar un crimen”. Hoy se puede dar un ajuste de cuentas en Barcelona por algo que ocurrió en las antípodas. Las mafias funcionan igual que las multinacio­nales. Comentaron que El Padrino y Los Soprano le dieron a la mafia una imagen shakesperi­ana muy atractiva. Y una anécdota: un capo que acudió a un rodaje le dijo a James Gandolfini que todo era muy creíble, salvo que fuera en bermudas y batín a comprar el periódico. Desde entonces, Tony Soprano nunca más llevó bermudas.

En la ficción, los malos siempre nos caen mejor, pero en la realidad, preferimos que nos traten bien. La tercera camarera resulta ser la dueña del bar, y aunque promete no regañar a los que nos han atendido, estos no vuelven a acercarse.

Elena Medel puede hablar de Whitman, ganar premios, editar en La Bella Varsovia y defender Eurovisión

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JORDI ROVIRALTA La presentaci­ón de Ginsbury Books, en Casa Usher, el martes

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