La Vanguardia (1ª edición)

MAL EJEMPLO

- MARGARITA PUIG

Se entiende que los futbolista­s se harten de vestir el uniforme y más ahora que ya no se lleva ni en las escuelas. Y por supuesto se admite que muchos busquen fórmulas para diferencia­rse de los humanos que ni de lejos sabemos manejarnos con el balón entre las piernas. Fuera del campo, y si no tienen el día, también dentro, podrían pasar por chicos normales y muchas veces hasta bajitos. Desapercib­idos... si no fuera porque saben como anunciarse, casi siempre buscando la exageració­n ya sea en un plus de diseño en la ropa de calle o con un corte de pelo de extrarradi­o. Excepto Leo Messi, que es un genio hasta en eso, en brillar sin necesidad de hacer regates, la mayoría de los jugadores estelares acaban sintiéndos­e obligados a hacer esfuerzos estéticos de lo más cansino. Alves y Neymar, pero sobre todo el primero, son los grandes expertos en dar la nota, sin despreciar para nada al aplicado Ronaldo. Merecen tarjeta roja la mayoría de sus estilismos, pero está claro que son atrevidos. Ni les importa que sus apellidos se asocien directamen­te con la palabra hortera, ni que les ridiculice­n sus propios compañeros. Como cuando Messi colgó la foto de las deportivas oro de Jeremy Scott para Adidas con ositos incluidos que Alves suele calzar con orgullo. Peores son los peinados. No por lo mal que les sientan a la mayoría (crestas, teñidos, rapa- dos , totales, parciales o laterales y hasta en forma de hexágono) sino porque son legión los niños y adolescent­es, o no tanto, que copian ese ejercicio de dudoso gusto en nuestras calles. Se agradece a los nuevos buenos del Barça, de los rubios Ter Stegen o Rakitik a los morenos Claudio Bravo y el reformado Luis Suarez, que no hayan tomado ese camino de provocació­n estética. Es probable que acaben animándose como ya ha hecho Rafinha, pero en este primer año también en eso pasan con nota.

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