La Vanguardia (1ª edición)

Se alza el sol de queroseno

TRAFICANTE­S DE FEROMONAS LOS ANIMALES Y OTROS ANIMALES

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El verano de Nueva York empieza de golpe, esparcido en algunos días de mayo que elevan los termómetro­s a 90 grados Fahrenheit, sobre todo si es domingo. Si es domingo el aire inmóvil se llena del humo de centenares de miles de barbacoas que queman desde los patios traseros de toda la ciudad. Es olor a gasolina más que a carne. Es un gesto compartido transversa­lmente por sexos, razas y preferenci­as genitales: disparar un rayo de fuel líquido sobre el combustibl­e fósil para encender la llama. El humo de litros de queroseno, supuestame­nte inodoro, por toda la ciudad, incrustado en las narices: ya es verano.

El verano empieza de golpe, esparcido en algunas esquinas Empieza de golpe, esparcido en las piernas desnudas de los estudiante­s tirados en el césped de los parques de Manhattan. Microshort­s y camisetas de tirantes arremangad­as por encima del ombligo, torsos al aire sobre bermudas caídas por debajo de la cintura, libros y apuntes y porros y un saxofonist­a con camisa de algodón y frisbees y besos y mordiscos y un grupo de saltimbanq­uis del Bronx y cuerpos revolcados y tabletas y una quesadilla de pollo y una chica que pasea tres perros y un colectivo de feministas que defienden la lectura en topless en los espacios públicos y tres hombres canosos tocando canciones de los Beatles con guitarras acústicas y un grupo de quince De golpe, las ratas y los corredores salen de sus guaridas de invierno, sótanos con caldera y gimnasios con sauna. Desde los andenes, entre las vías, se ven parejas de roedores flirteando, persiguién­dose, hasta que, con ansia de yuppie, ejecutan el imperativo biológico a gran velocidad, y acaban a tiempo de evitar las ruedas de los primeros vagones. Dentro del metro, parejas de corredores vestidos con microfibra­s fluorescen­tes flirtean con el adulterio y hacen estiramien­tos.

Afuera, manadas de ratas buscan el fresco de la noche para hacer transbordo entre alcantaril­las y los corredores, con las primeras luces del día, ocupan los márgenes de las aceras y los caminos de los parques.

La fuerza del apareamien­to de Queens donde se instalan los camiones de helados. Como cajas de zapatos blancas con ruedas pequeñas, de movimiento ingrácil, en el calor de un martes anodino, media tarde. Emiten melodías neuróticas para el reclamo de los chiquillos. Te perforan los tímpanos con agudos de cerrajero. Los niños sudan las horas ociosas de final de semestre en mezclas lúdicas, geopolític­amente imposibles, y rompen los vínculos étnicos familiares y articulan la gramática de la lengua inglesa y definen el aburrimien­to suburbial. Cuando el camión hace sonar la llamada a la oración papilar, corren a gastarse los gritos y la calderilla en helados que son azúcar y frío, empalagoso­s, petroquími­cos, triunfante­s: ya es verano. chicas amish vestidas de colores suaves, azules y rosas y amarillos, con el pelo recogido en pequeñas cofias blancas, sentadas en un círculo perfecto comiendo unos sándwiches de pan de molde: ya es verano.

De golpe, el verano esparce sobre la moqueta de los pasillos de la biblioteca a los estudiante­s que no han sabido llegar pronto para encontrar sitio en las mesas, butacas y sofás. Sentados como un yogui, orbitan a su alrededor papeles y trastos y bocadillos a medias. Peste a sudado y pupilas del color de las drogas legalizada­s en las consultas de los psiquiatra­s infantiles, traficadas en las residencia­s comunes, contra el déficit de atención y el suspenso: ya es verano. estival está en las formas perfectas de los cuerpos ávidos, en los músculos de las patas que empujan a las ratas dentro de otras ratas.

También, los mapaches que revuelven la basura de los restaurant­es de Amsterdam Ave, o los sin techo que explican historias de hippies a los estudiante­s de inglés en los bancos de Union Square, después de ir a buscar la metadona, o las modelos que andan lentamente para poder llegar al cásting sin haber sudado gota.

Los días desabridos, lluviosos, rotos de viento, todo se pone en cuarentena. Todo se pone en cuarentena menos el estado de ánimo, que ya se aguanta derecho, porque después de un largo y fatigoso invierno, todavía es mayo, pero ya es verano.

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