Los mitos rubios
Parece italiano, pero es barcelonés. No tiene, pues, la audacia o heterodoxia textil de muchos italianos. Hablo del arquitecto Federico Correa, que llegó al auditorio de la Fundació CatalunyaLa Pedrera y, tras sentarse en una de las butacas de la primera fila, el lustre de su zapato izquierdo casi me obligó a ponerme las gafas de sol. Me contuve porque a mi derecha estaba sentada Laura Borràs, directora de la Institució de les Lletres Catalanes, y Manuel Forcano, nuevo director de la Setmana de Poesia de Barcelona, poeta que sabe, creo, hebreo y arameo, el idioma que hablaba Jesús. Además, muy oportunamente, llegó María del Mar Arnús, antigua rebelde del colegio Sagrado Corazón de Barcelona, es decir, rebelde de casa buena, como dijo en cierta ocasión su marido. María del Mar Arnús se sentó al lado de Federico Correa logrando que su zapato izquierdo perdiera protagonismo y lustre.
Primero fue el piano de Xavier Lloses. Luego aparecieron en el escenario la actriz Julie Christie y la escritora y traductora Marta Pessarrodona. La primera decía los poemas en inglés y la segunda en catalán.
Ya ves, querido y añorado José Agustín Goytisolo, que he empleado el verbo decir tal como tú me enseñaste. Porque Pepito Temperamento, es decir, José Agustín, me enseñó que los poemas no se recitan o leen. Los poemas se dicen. Y sí, allí estaba ella: menuda y femenina, pero con carácter. Al principio, así lo intuí, creo que no le sentó bien que las intervenciones de Marta Pessarrodona merecieran más aplausos que las suyas. Felizmente, el gran aplauso final que cerró el acto volvió a de- volverle su sonrisa de actriz.
Sí, allí estaba Julie Christie: 74 años muy verticales, los brazos en jarras, pantalón negro ceñido, camisa blanca y el cuello de la misma ligeramente levantado. Abundaba el blanco, ese color que rejuvenece, en su figura. Blancos eran los dos enormes aros que pendían del lóbulo de sus orejas, blancos eran sus zapatos planos de charol y blanca era también la montura de sus gafas. Un pañuelo rojo alegraba su cabeza y su rostro. Ese pañuelo rojo y favorecedor parecía remitir inevitablemente a aquellos escenarios cinematográficos soviéticos, revolucionarios, controlados por el director David Lean, que nos permitieron conocerla en el Novedades.
Fue en ese cine donde se proyectó la película Doctor Zhivago. Aquella no era su primera película, pero muchos la descubrimos en el papel de Lara.
Sí, allí estaba Julie Christie: protagonizando uno de los actos de la Setmana de Poesia de Barcelona. Y aunque ya sé que la actriz no soporta que le recuerden parte de su pasado cinematográfico, lo cierto es que, a muchos de mi generación, aquella hermosa rubia de los inmensos ojos azules y labios carnosos, aquella Lara, la protagonista de la película Doctor Zhivago, que ella interpretaba, nos alborotó la primera juventud. Entonces los comunistas, también los españoles, aún clandestinos, hablaban mal del autor de la novela que había hecho posible la película, el escritor y poeta ruso Borís Pasternak, pero a algunos, que no estábamos en el comunismo sino en el cine, en la sesión continua, en las películas, nos daba igual.
O sea, que, aunque en determinada casa particular y muy a escondidas, nos proyectaran la película soviética El acorazado Potemkin yo prefería la mucho menos intelectual y nada comunista Doctor Zhivago, mayormente por Julie Christie, que era rubia como los girasoles. Girasoles, abedules y aquel comisario político que parece haber resucitado en la mirada de Pablo Iglesias o en la de la monja benedictina, es un decir, Teresa Forcades.
Quizá por todo eso, mientras Julie Christie decía en el auditorio de la Fundació Catalunya-La Pedrera un poema de Philip Arthur Larkin, yo me la imaginaba diciendo uno de Pasternak. Por ejemplo, ese que dice, más o menos: “Ignoro si ya ha sido resuelto por algunos/ el gran enigma de la nada,/ pero aquí la vida es minuciosa como el silencio del otoño”.
Observando las muy estudiadas gafas de montura blanca de Julie Christie recordé otras gafas mucho más pobres: las que usaba la verdadera Lara, es decir, Olga Ivínskaya. Borís Pasternak se inspiró en ella, su amante, para crear la protagonista femenina de su novela Doctor Zhivago.
Las gafas de Olga Ivínskaya no se desmontaban porque lo impedían varios trozos de esparadrapo. Fui a Moscú a entrevistar a aquella mujer o a conocerla personalmente, porque Julie Christie la convirtió, sin pretenderlo, en uno de los mitos de mi juventud.
Los mitos.