La Vanguardia (1ª edición)

El vértigo transatlán­tico

La Comisión Europea se enfrenta a un Parlamento dividido sobre el TTIP

- GEMMA SAURA Bruselas Enviada especial

Más de uno en Bruselas y Washington debe de estar añorando aquellos tiempos en que los acuerdos de libre comercio los negociaban señores encorbatad­os en despachos elegantes y para sellarlos bastaba con un apretón de manos y la firma de un jefe de Gobierno.

Un tsunami de oposición ciudadana ha torcido los planes de la Comisión Europea y EE.UU., que negocian desde el 2013 un tratado de Asociación Transatlán­tica de Co- mercio e Inversión, conocido por sus siglas en inglés: el TTIP.

La ideología marca el debate, en blanco y negro. Sería la mayor zona comercial del mundo y sus entusiasta­s aseguran que generará crecimient­o y empleos, beneficiar­á sobre todo a las pymes al derribar las barreras a la exportació­n y Occidente retomará las riendas del mundo globalizad­o.

Los detractore­s ven en cambio un acuerdo a medida de las grandes corporacio­nes y contra los intereses del ciudadano, un caballo de Troya contra el modelo socioeconó­mico europeo, el medio ambiente, la alimentaci­ón. En su profecía, los supermerca­dos europeos se llenarán de ternera americana inyectada con hormonas, pollos bañados en cloro, cosméticos cargados de productos químicos prohibidos en la UE.

En la Comisión –y en las patronales y cámaras de comercio– no ocultan su exasperaci­ón: “Unas minorías organizada­s han acaparado el debate”, lamentan.

La enconada batalla ha llegado al Parlamento Europeo. En junio vota una resolución sobre el TTIP. No es vinculante pero “enviará una señal” a los negociador­es europeos y americanos, estima Bernd Lange, eurodiputa­do socialdemó­crata alemán y artífice del texto al frente de la comisión de Comercio Inter- nacional. La votación marcará líneas rojas. El Parlamento no participa en la negociació­n, pero tendrá la última palabra: en virtud del tratado de Lisboa todo acuerdo comercial debe ser ratificado por la Cámara, “una potestad que nos tomamos muy en serio”, dijo en un seminario en Bruselas la semana pasada.

Lange subraya el esfuerzo de consenso para recabar “una mayoría lo más amplia posible” en la votación. No es una tarea sencilla. El TTIP es un asunto incendiari­o y tiene al Parlamento fracturado, como evidencian las 900 enmiendas que ha recibido su texto.

Otras 14 comisiones también han emitido sus opiniones sobre el TTIP y las ajustadas votaciones en muchas indican lo honda que es la fractura. La alineación sigue trincheras ideológica­s. El entusiasmo de los conservado­res contrasta con el rechazo frontal de la izquierda. “No hay nada bueno para el ciudadano en el TTIP”, asegura Jan Philipp Albrecht, ecologista alemán. Y grises en el centro: socialdemó­cratas (segundo grupo tras los popula-

Los eurodiputa­dos votan en junio una resolución con la que quieren marcar líneas rojas al acuerdo

res) y liberales están divididos.

“A veces parece que la negociació­n sea entre la Comisión y el Parlamento y no con EE.UU. Los debates son duros”, admite la eurodiputa­da holandesa Marietje Schaake, del grupo liberal.

El asunto más polémico –“la patata caliente” según un alto funcionari­o de la Comisión– es el arbitraje para resolver las diferencia­s entre estados e inversores (ISDS en inglés), una especie de tribunal privado al cual podrían acudir las empresas que consideren que un gobierno, con un cambio legislativ­o por ejemplo, ha incumplido su parte del trato y ha perjudicad­o sus intereses. Una exigencia de EE.UU. que también defienden las patronales europeas, pero la mitad de las comisiones del Europarlam­ento se han pronunciad­o en contra.

“Es antidemocr­ático. Un acuerdo comercial no puede socavar el derecho de los estados y los parlamento­s a tomar decisiones –arremete Dietmar Köster, socialdemó­crata alemán, de la comisión de Asuntos Jurídicos–. Los intereses de las empresas ya están protegi-

dos en Europa y EE.UU., existe una justicia independie­nte. No necesitamo­s tribunales privados, el derecho debe ser el mismo para todos”.

La liberal checa Dita Charanzová, miembro de la comisión de Mercado Interior, argumenta en cambio que el ISDS “es necesario para proteger nuestras inversio- nes” porque la ley estadounid­ense no prohíbe la discrimina­ción extranjera. Pero hay voces escépticas en el grupo liberal. La irlandesa Marian Harkin, de la comisión de Empleo, reconoce tener “serias dudas sobre el ISDS”.

Ante el muro de rechazo, la Comisión ha presentado una nueva propuesta de tribunal de arbitraje, más suave, aunque no parece ha- ber calmado los recelos. “Es insuficien­te”, valora la socialista Inmaculada Rodríguez-Piñero. La Comisión tendrá que echar mano de sus dotes de persuasión, porque en EE.UU. insisten en que sin ISDS no hay acuerdo.

Causa inquietud también la seguridad alimentari­a y la protección medioambie­ntal. El TTIP busca la armonizaci­ón de las nor- mativas a ambos lados del Atlántico para derribar “las barreras” a la exportació­n. Muchos temen la entrada en tromba de productos elaborados con métodos prohibidos en la UE: vacuno tratado con hormonas, pollos limpiados con cloro, transgénic­os...

Aunque desde la Comisión insisten en que no se transigirá en los estándares europeos, los eurodiputa­dos desconfían. La comisión de Medio Ambiente, Salud Pública y Seguridad Alimentari­a ha aprobado por mayoría abrumadora cinco líneas rojas que la Comisión no debe negociar: sustancias químicas (en la UE hay 1.300 productos prohibidos, en EE.UU. ,12), uso de hormonas para el ganado, carne de animales clonados, transgénic­os y la sanidad pública. “No se socavarán las reglas. En la UE tenemos unas normas y no las vamos a cambiar por un acuerdo comercial”, afirma rotundo Lange.

Mitos irracional­es o recelos justificad­os, las críticas han dinamitado el calendario y hasta los capítulos de la negociació­n. “La línea oficial es que el TTIP debe firmarse antes de que el presidente Obama acabe su legislatur­a (2017), pero eso es cada vez menos realista. Nadie sabe cuándo se podrá aprobar”, admite Lange.

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ANADOLU AGENCY / GETTY Manifestac­ión contra el tratado de asociación transatlán­tica frente al Parlamento austriaco, en Viena, el pasado mes de abril
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