“La libertad está en derribar fronteras”
tragedias armadas. “Esta gente no entiende que a pesar de las nuevas leyes municipales, la relación de fuerza no ha cambiado. El gobernador tiene la última palabra en todo, y es un cargo que Erdogan pone a dedo. Nos traspasan competencias, como el suministro de agua, gas y electricidad, pero sin ningún recurso, para que nos estrellemos y tengamos a la población en contra”.
La tolerancia con la educación en kurdo parece ser otra cortina de humo. Kaya Akat intentó abrir una escuela pública para cien niños el pasado octubre. El gobernador ordenó el cierre, la policía cargó contra los manifestantes y ella salió con dos costillas rotas. Tuvieron que presionar mucho más para abrirla unos meses después.
“Somos víctimas de la guerra –explica la regidora–. Nos han matado y asimilado. He perdido a muchos familiares en esta larga confrontación. Todos sufrimos. Entiendo a las madres de los soldados turcos que han perdido a sus hijos. Por eso queremos la paz, una nueva relación con Ankara y Damasco, una frontera invisible entre Siria y Turquía a través de un territorio kurdo autogestionado”.
El nuevo orden inferior se levanta con la paciencia y modestia de mujeres como Bisen Kaya y Sara Kaya, la alcaldesa de Nusaybin, que nunca pensó en serlo. “Lo mío sólo era cuadrar las cuentas del Ayuntamiento pero mis compañeros me lo pidieron y di el paso al frente. El HDP tiene todos los cargos duplicados, un hombre y una mujer para cada uno de ellos”.
La puerta de su despacho está abierta. Los vecinos entran sin cita previa. Kaya despacha de pie. No quiere sentarse detrás del escritorio . “Es más fácil entendernos si estamos a la misma altura. Democracia directa y gestión directa. No hay forma más eficaz de gestionar una comunidad”.
“Esta es una sociedad conservadora, muchos hombres no aceptan que una mujer mande”
Las cosas no son fáciles. Nusaybin (150.000 habitantes) vivía del comercio con Siria. “Más de un centenar de empresas han cerrado –comenta la alcaldesa–, y además de la crisis y la guerra en Siria, tenemos el cambio de mentalidad. Esta es una sociedad conservadora. Muchos hombres no aceptan que las mujeres tengamos poder”.
“Deberían estar en casa”, sostiene un comerciante del centro de Nusaybin que se identifica como Fariz Bey. “Es por algo que no hay mujeres entre los profetas de Mahoma. Pensamos diferente y ellas causan muchos problemas”.
Zara Kaya no se achica y se mantiene firme ante un hombre que le pide que cambie el trazado de una calle para salvar su casa. “Levantaste tu casa sin permiso –responde– y sabías que por allí tarde o temprano iba a pasar una calle”. El hombre insiste, tira de compadreo y lazos familiares pero acaba marchándose de vacío.
“Lo que más cuesta es hacer ver a esta gente el valor de lo público, de los bienes compartidos”. Zara Kaya sabe que es una piedra que tendrá que arrastrar toda su vida pero aun así cree imprescindible ponerse en marcha. “De otra for- ma, la vida no tendría sentido. Trabajamos para que las cosas sean como deben ser, conscientes de que el paraíso no está en este mundo”.
Religiosa de cinco rezos al día, la alcaldesa está cómoda combinando islam y progresismo posmarxista. “Todo se reduce a defender la justicia y la libertad”, asegura.
“¿Qué si no?”, se pregunta con cinismo el cantante Seydan Boyaxqi, el limpiabotas con la mejor voz en toda la región. Lo suyo, como buen dengbej, es narrar hazañas bélicas y amores imposibles. Hace un año cantaba a diario en un centro cultural de Diyarbakir, pero ahora, el nuevo orden ha igualado a todos los cantantes y los malos tienen derecho a cantar tanto como los buenos. Boyaxqi ya sólo canta una vez cada diez días. Ronda los 80 años y no cree que le queden muchos más. “¿Ha venido usted a verme cantar?”, pregunta con el cigarrillo entre los labios. “Pues tendrá que volver la semana que viene. La libertad no es perfecta y nos hace esperar a todos”.