Los últimos caballeros
Supongo que esperan que les aconseje a quién votar hoy. Al fin y al cabo, esto es una columna de opinión de un diario serio, fundado en 1881, del que sus lectores esperan luz y guía.
–¡El de las columnas de divorciados dice hoy que hay que votar a una tal Amparito Roca!
Amparito Roca existió pero es un decir y el título de un pasodoble barcelonés (para mañanas electorales –o mientras se duchan antes de una citas a ciegas– yo les recomiendo Marcial, ¡eres el más grande!: ¡con qué alegría se encamina uno al colegio electoral y a la cita a ciegas!).
Yo les daría mi opinión gustosamente, pero no tengo novia formal ni opinión formada y mientras no resuelva lo primero y forme algo respetable no estoy en condiciones académicas de formarme una opinión y luego machacarles a ustedes con ella.
Y además he tenido un trasnoche adisgustado esta semana: he recibido la visita de los últimos caballeros de la noche de Barcelona.
Los últimos caballeros de la noche son aquellos ejemplares que te ven acompañado y tiran la caña a tu compañía con educación:
–Caballero (empezamos con mentiras). No sé qué relación tienen ustedes (ni yo tampoco), pero es usted un hombre afortunado (iba a estar yo aquí en la barra de un bar si eso fuera completamente cierto).
Dicho esto, los últimos caballeros de la noche se perfilan y dejan de hablarte, observado ya el trámite de la prevención de incendios, para dirigirse a tu acompañante y regalarle:
–En mi vida había visto una mujer igual (ni yo a uno con tanto morro). Te voy a dedicar una canción.
Esto sucede en el Klavier, un clásico entre clásicos, refugio de noctámbulos, morada de corazones solitarios y cantera de crooners con un brillante porvenir a sus espaldas que cantan sin necesidad de partitura y acompañados por un pianista que obra milagros.
La táctica del “último caballero” no suele funcionar, pero se da –y mucho– en las noches tardías, como se dan los opinadores que aspiran a influir en el voto de los electores.
La agraciada suele sonreír, en la barra del Klavier o del Ascensor, y escucha las lisonjas sin saber muy bien qué decir mientras uno disimula sus pensamientos que claman: “¡Eso se lo dice a todas! ¡No piques!”.
Nuestro hombre cumplió su promesa electoral y entonó una canción. Yo respiré aliviado cuando sonaron los compases de la pieza dedicada a mi acompañante, con mensaje subliminal y la última bala del general Custer: vale, no vas a dejar al tontaina con el que has entrado, pero yo sé que en el fondo buscas a un crooner sentimental que se crece con las derrotas.
Eligió El gato que está triste y azul. Un día vuelvo y le endilgo Emmenezmoi. Y que se lleve la derrota el mejor, a diferencia de las elecciones, que hoy gana seguro el soberanismo.
El de las columnas de divorciados dice que hoy hay que votar a una tal Amparito Roca