La Vanguardia (1ª edición)

El negocio de la desconfian­za

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Hace medio año que salen juntos. Un día, él consulta su Facebook desde el móvil de ella y se olvida de cerrar la sesión. Ella espía el Facebook de él durante tres semanas, sin decírselo. Ve lo que les cuenta a sus padres y amigos sobre ella, sabe con quién queda y cuándo. Es tan perversa que, si él chatea con una chica, le envía un mensaje recordándo­le que le ama, para estudiar su reacción.

Se han aficionado a los emoticonos. Ella, que se dedica al mundo de las letras y está acostumbra­da a controlarl­o todo mediante el texto escrito, odiaba los emoticonos. Odiaba que su móvil se llenara de manos aplaudiend­o y sevillanas. Le molestó que la palabra en inglés más popular del 2014 no fuera una palabra, sino un corazón construido con dos teclas: el signo de “menor que” y un 3. Él, que es menor que ella, la convenció de que los emoticonos equivalen a la comunicaci­ón no verbal, y le dan el tono a los mensajes: un guiño, una sonrisa, sacar la lengua, un beso. Evitan malentendi­dos. Además, según un estudio realizado por Singles in America, los que utilizan emotico-

Ella no puede creerse que la quiera y la respete de verdad; seguro que hay trampa

nos tienen más relaciones sexuales. Pero bueno, ella prefiere no pensar en eso; las madres tienden a utilizar muchos emoticonos.

Ella cree que, así como hay ejercicios de comprensió­n lectora para niños, debería existir algún tipo de Freud que, en vez de sueños, interpreta­ra watsaps. Tras aquel lúcido cortometra­je de Paco Caballero titulado Doble Check, en el que una pareja discute porque el chico le reprocha a la chica que no respondier­a a un mensaje que sabe que recibió, el lenguaje de los avisos sigue evoluciona­ndo. El doble check azul es la prueba de que el otro, además de recibirlo, ha leído el texto.

A veces ella recibe un mensaje, pero finge no verlo. Después lo lee, y deja ese inquietant­e doble check azul sin contestar. Como una de esas novias antiguas, se hace esperar. Enloquece a su pretendien­te de turno, consumido por la impacienci­a. Al final es todo tan estratégic­o y tan postizo, tan fácil de manipular, que ella no se fía de las capacidade­s que venden los sistemas de comunicaci­ón. Lo que provocan es puro recelo, porque la confianza se halla en la educación, y no en la tecnología ni en los geolocaliz­adores. Crean nuevas insegurida­des para introducir así nuevos productos de aparente control. Y como es imposible controlarl­o todo, generan una ansiedad global.

Hace tres semanas que ella espía el Facebook de su novio. En todo ese tiempo él no ha hecho nada reprochabl­e; habla bien de ella a sus padres y amigos, queda con quien le dice que queda, no miente. Y sin embargo, ella sospecha que lo que ocurre es que él recuerda haberse dejado el Facebook abierto en su móvil. Ella no puede creerse que la quiera y la respete de verdad. Seguro que hay trampa. Se dice que este comportami­ento ejemplar sólo puede responder a una representa­ción para engañarla.

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