Municipales y primarias
Nada nuevo bajo el sol. De siempre las llamadas elecciones territoriales, locales o municipales –que en España coinciden con las autonómicas en trece de las diecisiete comunidades– han sido una suerte implícita de primarias de las elecciones generales. Para ganar las legislativas, los partidos han de estar fuertemente asentados en municipios, provincias y autonomías. El poder político-institucional es, metafóricamente hablando, una pirámide. No vale otra geometría. Perder –o ganar– las elecciones territoriales anticipa la victoria o la derrota en las generales. Hoy, en particular, el carácter de primarias de los comicios se agudiza porque servirán, además de preámbulo de las generales, para contrastar otras posibles realidades.
La primera, a nivel general, es comprobar si el bipartidismo resiste el embate de los dos nuevos partidos –Podemos y Ciudadanos– especialmente en las comunidades autónomas. Las mayorías absolutas son ya inverosímiles, pero está por ver de qué dimensión son las relativas que en los ayuntamientos resultan decisivas –en último término y si no hay pactos, gobierna la lista más votada– e importantes en las asambleas autonómicas en donde la falta de consenso puede llevar a una situación como la que ahora vive Andalucía: a acuerdos fragilísimos e, incluso, a la repetición de las elecciones en el plazo de dos meses a contar desde el día de la primera sesión de investidura. En este punto, la demoscopia española –incluido el CIS y el CEO catalán– se la juegan como nunca antes en la historia de la democracia en España.
La segunda comprobación consistirá en medir la potencia de los partidos de Iglesias y de Rivera porque –además de una larvada competencia entre ambos– marcará la debilidad –o no– del PSOE y del PP, respectivamente. Con las matizaciones que se quieran, ambas organizaciones son aliviaderos para socialistas y populares desencantados y bande- rín de enganche para decepcionados de un sistema con comportamientos electorales de piñón fijo en las dos últimas décadas. Su irrupción, además, y como se ha teorizado por activa y pasiva, liquida el papel de bisagra que han tenido en la política española tanto CiU como, en menor medida, el PNV.
La tercera comprobación que nos aportarán los resultados de hoy en las urnas será su capacidad para estimular movimientos políticos en el cuadro general de una España arteriosclerótica. El PP y el PSOE son dos portaaviones políticos con dificultades de maniobrabilidad. Un resultado regular, malo o pésimo –es descartable que sea bueno para ninguno de los dos– obligará a mover piezas. Quizás a una crisis de Gobierno a Rajoy –Guindos y Wert están en modo salida– y a un replanteamiento de fondo en el PSOE en el que, como en el caso del presidente del PP, la autori- dad de Sánchez quedará dañaba. Y sombrearía de pugna interna las primarias socialistas de julio para la elección de candidato a la Moncloa porque alguien –ella o él– tendrá la tentación de competir con el actual secretario general.
La cuarta comprobación será la catalana. Para la política general española y para los propios catalanes. Porque aquí este 24-M es el prolegómeno del 27-S. No hay proyecto nacionalista –y el catalán de CiU, ERC y CUP ha pasado a ser soberanista– que no se asiente en el municipalismo. Está en juego en Catalunya la hoja de ruta firmada por Mas y Junqueras. Las referencias del 22 de mayo del 2011 no sirven porque ni CiU obtendrá los 778.000 votos de entonces, ni el PSC los 720.000 que recibió hace cuatro años. Irrumpe la nueva izquierda social que es tremendamente confusa en lo que se refiere al apoyo al llamado derecho a decidir; el entendimiento entre CiU y ERC para formar consistorios se pondrá a prueba y, sobre todo, Barcelona y su área metropolitana, marcarán la pauta con sus más de tres millones de habitantes hasta el punto que será el termómetro del 24-M en Catalunya.
El proceso soberanista ha contado con la mayor colaboración de los ayuntamientos y la Associació de Municipis per la Independència ha sido, con la ANC y Òmnium Cultural, una decisiva pata del trípode de apoyos parainstitucionales con los que ha contado y cuenta Artur Mas en su proyecto secesionista. El 75% de los municipios catalanes se ha adherido a la Associació y está por ver que, con la presencia de C’s y de las marcas tras las que se presenta Podemos, ese porcentaje se mantenga y resulte tan operativo y eficaz como demostró el 9-N del pasado año. Sin la base territorial de poder proindependentista aquel “proceso participativo” no hubiera sido posible. Y sin, al menos, su mantenimiento, encarar las catalanas del 27 de septiembre sería un juego político de auténtica ruleta rusa para el president de la Generalitat.
Hoy el carácter de primarias se agudiza porque servirán para contrastar otras posibles realidades