En marcha. Una inauguración simbólica
Sábado. En el escenario del teatro Tívoli, un muro que imita la textura de una obra olímpicamente posmoderna, una cortina de inauguración de terciopelo rojo que cubre la típica placa conmemorativa y el cordón correspondiente para descubrirla. Podría ser la escenografía de una obra contestataria y surrealista de Ionesco, pero no. Los preparativos de la fotografía tradicional (desde 1984) de los candidatos de La Vanguardia han empezado temprano. El fotógrafo, Pedro Madueño, administra sus instrucciones pensando en una idea determinada. La idea del consenso de servicio a la ciudad y de la inauguración de una nueva etapa.
“Un segundo. Estoy pensando”, dice mientras repasa sus apuntes, antes de corregir un gesto o una indicación de luces. La situación es más teatral que política o fotográfica. Tanto, que cuando aparecen dos mujeres de la limpieza para ba- rrer los confetis tirados en una de las pruebas (al final el confeti ha quedado descartado porque ensuciaba la imagen y añadía un punto de frivolidad festiva excesivo a la idea inicial), el escenario recuerda una obra de La Cubana.
Hay más candidatos que otras veces (siete) y eso ha alterado los hábitos del fotógrafo. “Me va peor. Demasiada gente”, afirma Madueño desde un punto de vista estrictamente fotográfico. La distribución de los actores-candidatos, que respeta los últimos resultados electorales, sitúa a dos debutantes (María José Lecha y Carina Mejías) en la cola del grupo. La idea es que todos tiren de la cuerda enfatizando el esfuerzo común y que juntos descubran, según Madueño, “el nombre del ganador de las elecciones”. La adivinanza es fácil.
Precisamente por eso, los candidatos aceptan con gusto las reglas del juego. En parte porque la escena que les toca interpretar les parece menos estrambótica que las de otros años (saltar sobre unas camas elásticas, lanzar al aire letras gigantes, mirar el reloj como si fueran mimos) y, en el caso de las tres candidatas nuevas, con alguna mueca de resignación y de educada discrepancia con este tipo de rituales de celebración.
Por suerte, no hay una diferencia gradual de altura entre los candidatos y, en consecuencia, queda descartada cualquier comparación malévola con los hermanos Dalton o las fotografías de estudio de fami- lias numerosas de posguerra. Sin americanas ni corbatas, los candidatos hombres asumen el protagonismo inicial de tirar del cordón. Con un poco de imaginación, pueden hacer pensar en los soldados norteamericanos clavando, también con voluntad de propaganda recreativa, la bandera de Iwo Jima.
Hace un rato, en el vestíbulo del teatro, los candidatos han podido ver las reproducciones ampliadas de las portadas de La Vanguardia de otras jornadas como la de hoy. Quizás han tomado conciencia de participar de una tradición democrática diversa, con giros argumentales notables (el efecto que produce reencontrarse con el candidato Jordi Pujol, por ejemplo, no tiene nada que ver con la percepción de
Hay más candidatos que nunca (siete) y eso ha alterado los hábitos del fotógrafo Por suerte, no hay una diferencia gradual de altura entre los políticos