Elecciones
Yo tampoco sé a quién voy a votar como futuro alcalde de Barcelona. Soy uno más entre el montón de indecisos del que hablaba Sergi Pàmies en su columna del viernes ( La Vanguardia, 22 de mayo). Voy a votar –siempre he votado-, sé a quién no votar, pero ignoro, todavía, a quién votaré. Tengo hasta las ocho para decidirlo. Después de almorzar, me pondré una vieja peli – La carga de la brigada ligera o Las manos de Orlac–, me fumaré un cigarro habano, me tomaré un par de copas y luego, clopin, clopant, me iré a votar.
Confieso que, vote a quien vote, no lo haré tan convencido, y mucho menos ilusionado, como en otras ocasiones. La campaña ha sido muy poco política y, a decir verdad, bastante desagradable. El discurso económico ha sustituido al político. Hoy, la política es sustituida por la administración de las cosas y legitima discursos que afirman que no hay alternativa. Por otro lado, la política se ha convertido en pura comunicación, los proyectos políticos, de haberlos, se reducen a mensajes y promesas que raras veces son cumplidos. Como decía Pàmies, los candidatos y los partidos nos han tratado durante la campaña “con una estridente e intimidadora familiaridad, a medio camino de Los Payasos de la Tele (‘¡Cómo están ustedes!’) y de los vendedores de melones que en verano se anuncian a través de megáfonos que basan su eficacia en la inoportunidad y en que el mensaje no se entienda demasiado”.
En esta campaña ha habido de todo, por- que, como decía Josep Cuní en su programa televisivo (8tv), “en la campaña, como en la matanza del cerdo, se aprovecha todo”. Se ha echado mano del catalán –viejo recurso carpetovetónico–, y el ministro Wert, el partidario de “españolizar a los niños catalanes”, ha llegado a decir que el trato que recibe el castellano en las escuelas de Catalunya es equiparable al que recibió el catalán durante el franquismo. Y algo mucho más grave y más alarmante: se han utilizado las fuerzas policiales, autonómicas y estatales, para alimentar la inseguridad ciudadana dentro de un contexto terrorista.
Pero también ha habido momentos menos tensos y hasta diría que un tanto surrealistas (a lo Buñuel), como la campaña de las monjas vestidas de monjas. “Si vosotros (Ada Colau, Podemos y la CUP) tenéis monja social (Teresa Forcades), nosotros (CiU) también”, escribía Enric Juliana ( La Vanguardia, 21 de mayo), comentando el mitin de la monja Lucía Caram el pasado miércoles en el Tinell, junto al presidente Mas y el alcalde Trias. De no haber desaparecido El Bé Negre, estoy convencido de que algún malvado cronista o ninotaire hubiese aprovechado la evangélica presencia de sor Lucía en el Tinell, la monja que dice estar “enamorada” del president Mas, para sacar a relucir aquella señora de la burguesía barcelonesa que, al ver en un palco del Liceu a la nueva querida del esposo de un matrimonio conocido, va y le dice a su marido: “M’agrada més la nostra”.
“Barcelona, segona ciutat d’Espanya o capital de la república catalana?”, se pregunta el editorialista de El Temps (19 de mayo). Comú). Las encuestas, las dichosas encuestas, no se ponen de acuerdo, unas dan la victoria a Trias y otras a Colau. La señora Sandrine Morel, la corresponsal de Le Monde en Madrid, termina su escrito, un tanto tremendista, con unas esperanzadoras palabras del politólogo Josep Ramoneda, el cual augura “un significativo voto anti-Colau por parte de una muchedumbre asustada”.
¿Y la cultura? La cultura siempre ha despertado un escaso, por no decir nulo, interés en las campañas electorales. Leo en este diario (22 de mayo) que 157 “profesionales de la cultura de Barcelona” han firmado un manifiesto –en la cultura todo se reduce a manifiestos– “contra el declive cultural de la ciudad”. El escrito no vincula dicho manifiesto con ningún partido político. Los dos primeros firmantes del mismo que cita este periódico son Juan Goytisolo y Juan Marsé, curiosa, extraña coincidencia. Por cierto, ¿Juan Goytisolo, “profesional de la cultura de Barcelona”? Nacido en Barcelona, sí; pero profesional de la cultura barcelonesa…
Y mientras tanto, Vinçon cierra sus puertas. La clásica tienda del paseo de Gràcia cierra, al parecer, por falta de clientes. Un amigo mío solía decir que cuando desapareciese Vinçon, desaparecería el paseo de Gràcia, lo poco que queda de nuestro paseo de Gràcia. Si pudiese votaría por Vinçon, para que no cerrase.
P.S. Óscar Caballero nos informa desde París del fallecimiento de la cantante Patachou, a los 96 años. Con ocho años menos, Juliette Greco ha iniciado en la Primavera de Bourges su última gira mundial. Me pregunto si pasará por Barcelona, donde yo la vi cantar por primera vez en el Rigat. Iba en pantalón corto y le pedí una canción, La Fourmi, con letra de Queneau, y me la cantó.
Confieso que, vote a quien vote, no lo haré tan convencido e ilusionado como en otras ocasiones