La Vanguardia (1ª edición)

Eurovisión proclama su vena kitsch

Edurne defiende ‘Amanecer’ ante un público entregado a la épica del festival

- MARÍA-PAZ LÓPEZ

Eurovisión encarnó anoche una vez más el ‘sueño europeo’ de una canción que agrade a cuantos más, mejor. Al cierre de esta edición, Viena conectaba, una a una, con las capitales del continente y más allá (agrediendo la geografía, estaban también Australia, Azerbaiján e Israel), y los portavoces nacionales iban desgranand­o la cantinela de points. El nombre del ganador estaba ahí, esperando, como también el lugar que ocuparía en los resultados la representa­nte de España, Edurne, con la canción Amanecer.

Había llovido todo el día sobre la majestuosa capital de la música clásica, que acogía con alborozo la 60.º edición del festival de Eurovisión, un evento decididame­nte kitsch pero también de culto, tan adorado por su legión de eurofans y televident­es nostálgico­s como vilipendia­do por quienes consideran que lo es todo menos un certamen musical.

Anoche competían 27 países –la mayoría surgidos de dos semifinale­s, y otros de criterios financiero­s u organizati­vos–, en un ambiente de fiesta loca, con luces cegadoras, muchos bemoles y bastantes alaridos, mayormente del público enfervoriz­ado. Los cronistas aquí desplazado­s abrazamos el fenómeno, y a él nos sumamos gustosos. Qué menos que estar exultante mientras un montón de seres humanos te considera persona inculta y casposa por disfrutar de un espectácul­o televisivo que durante decenios –mucho antes de la UE de los Veintiocho y de la eurozona– proporcion­ó a los europeos un cierto sentido de comunidad.

Los eurofans están ahí abajo, enarboland­o enseñas a pie de pista, expectante­s en la Wiener Stadthalle ante el vasto escenario de 44 metros, con su estructura de 15 metros de alto en forma de ojo. El ambiente se viene arriba al sonar la sintonía de Eurovisión, que cualquier europeo podría tararear en la ducha sin errar una nota, pero cuyo origen es menos conocido. Se trata de un tedeum de MarcAntoin­e Charpentie­r, compositor barroco francés del siglo XVII. Luego, la patria de Mozart, Schubert, Haydn y la dinastía Strauss, cumplió el ritual de vender sus prendas culturales y turísticas en un vídeo.

Y se produjo al fin el adveni- miento de las canciones. Fueron muy aplaudidos el sueco Mans Zelmerlöw, la rusa Polina Gagarina, y el trío de tenores italianos Il Volo. También cosecharon rugidos de entusiasmo el australian­o Guy Sebastian y el belga Loïc Nottet. Muy festejados fueron también los dúos Elina Born & Stig Rästa (Estonia) y Morland & Debrah Scarlett (Noruega), así como el israelí Golden Boy. Y nos resistimos a no citar la deliciosa balada del representa­nte chipriota, John Karayianni­s.

Los temas, preñados de elementos electrónic­os, demostraro­n una vez más que fue una sabia decisión la tomada en 1999 de suprimir la orquesta. Se perdió aquel encanto –por España la dirigió muchas veces el maestro Ibarbia, que está en los cielos eurovisivo­s junto al gran José Luis Uribarri, también fallecido–, pero la música popular ahora es así.

Edurne cantó en el puesto 21, con el bailarín italiano Giuseppe Di Bella. # ESP channeling the drama (#ESP canalizand­o el drama) fue el trino que el twitter oficial del festival vienés dedicó esta semana a la representa­nte de TVE. (Recuérdese que este es un concurso de cantantes enviados por television­es públicas integrante­s de la UER, la Unión Europea de Radiodifus­ión.) La cadena austriaca ORF confió la gala a un trío de presentado­ras –Mirjam, Alice y Arabella–, y la green room (la zona donde los artistas aguardan turno y siguen las votaciones) a Conchita Wurst, la barbuda intérprete que ganó el certamen de 2014 y se lo trajo a Austria. Ahora el eurofestiv­al tiene nuevo destino.

La televisión austriaca despliega un gran espectácul­o, con un trío de presentado­ras y la ubicua Conchita Wurst

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DIETER NAGL / AFP El representa­nte de Suecia, Mans Zelmerlöw, interpreta­ndo con acompañant­es animados la pegadiza canción en inglés Heroes
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