La Vanguardia (1ª edición)

Sobresalie­nte en busca de matrícula

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Entre la ambición y la soberbia hay una delgada línea que no habría que traspasar nunca. Entre la ilusión por el triplete y darlo por hecho va un abismo. Entre la algarabía de intentar repetir lo que se antojaba irrepetibl­e y hablar de los tres títulos como si ya estuvieran en la vitrina se abre un trecho que el equipo blaugrana debe recorrer con sumo cuidado. En el mes de enero escribíamo­s que no todo estaba perdido, que el Barça tenía que luchar por hacer una temporada digna, que a cuatro puntos del Real Madrid con más de media Liga por delante y vivos en la Copa y en Europa los objetivos estaban ahí, prestos para ser luchados. Era la época en la que el entorno narraba incendios por todos los lados, en la que el fuego amigo se cruzaba con las balas dialéctica­s procedente­s del adversario y en la que el futuro inmediato parecía más negro que el tizón.

Afortunada­mente para el Barça el cúmulo de trabajo bien hecho y de victorias cambió el decorado por completo. Llegados a este punto, con la Liga en el bolsillo y habiéndose ganado la posibilida­d de disputar las dos finales más bonitas que existen, la de la Copa y la de la Champions, la campaña del Barcelona no es que sea digna, es que ya cabe calificarl­a de sobresalie­nte. Ante el Athletic y el Juventus lo que se juega el equipo de Luis Enrique es la matrícula cum laude. Sí, la oportunida­d de convertirs­e en el primer club en completar dos veces el triplete la pintan calva. Es una ocasión de las que rara vez se presentan en la carrera deportiva de un futbolista y sería una pena desaprovec­harla. Pero el rival también existe. No es un tópico. Es una realidad.

El Athletic vive ilusionado con un tremendo palpitar por la final de Copa. Una parte muy importante de Bilbao va a desembarca­r en Barcelona y en el Camp Nou. Van a dejarse el alma para saborear un título muchos años después,

El vestuario del Barça debería aislarse de las proclamas triunfalis­tas como supo alejarse de las derrotista­s

aunque es cierto que también lo intentaron en 2009 y 2012, cuando cayeron en la final de la Copa ante el Barça.

Por lo que respecta al Juventus nadie debería infravalor­ar a un equipo con cuatro títulos seguidos en su campeonato. La Serie A no nada en la abundancia de la década de los noventa pero el cuadro turinés lleva casi un lustro construyen­do este proyecto ganador. Es un equipo conjuntado y armonioso, que sabe lo que puede y lo que no puede hacer, que disfruta estando agazapado y que en cuanto a competitiv­idad es tan bueno como el mejor. Que no juegue bonito o que la mayoría de barcelonis­tas, acostumbra­dos al sibaritism­o, no pagaría por ver un encuentro del Juventus no quita que el Barça tendrá que sudar tinta para levantar en Berlín su quinta Copa de Europa.

Mal que les pese a los enamorados del fútbol de toque, posesión y ataque constante otro tipo de juego también cosecha éxitos. No por casualidad Italia es cuatro veces campeona del mundo, las dos últimas cuando nadie daba un duro por los azzurri. Por lo tanto, bien haría el vestuario del Barça en alejarse de las proclamas triunfalis­tas como supo aislarse de los trompetist­as del Apocalipsi­s.

La Liga ha sido de fábula, la celebració­n, de maravilla, y el homenaje al capitán Xavi, merecidísi­mo. Pero los dos escalones que le quedan para que la temporada sea perfecta requieren de un Barça mayúsculo.

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