La Vanguardia (1ª edición)

Tres, dos, uno y ¡cero!

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Elon Musk es sexy mediáticam­ente porque es un “loco” que pone en práctica sus “locuras”. Y la más desmedida es directamen­te espacial, con etapa en Marte y la posibilida­d práctica de una colonizaci­ón planetaria, garantía de la perpetuida­d de la vida humana. SpaceX nació con el objetivo terrenal de fabricar lanzaderas espaciales con un destino soñado: Marte, el sueño de tantos. Era el 2002 y en ocho años creó dos cohetes de transporte Falcon 1 y Falcon 9 y su primera nave espacial. No era una broma. En septiembre de 2008, el Falcon 1 se convirtió en el primer vehículo de combustibl­e líquido financiado por el sector privado en poner un satélite en órbita. Solo seis países, los más poderosos en la historia de la humanidad, lo habían conseguido antes. A finales de 2008, SpaceX firmó un contrato por 1.600 millones de dólares –unos 1.450 millones de euros– con la NASA por doce vuelos de su Falcon 9 y la nave Dragon a la estación espacial internacio­nal reemplazan­do al transborda­dor espacial.

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