La Vanguardia (1ª edición)

La guerra vuelve al este

La batalla de Márinka es la consecuenc­ia lógica de cuatro meses de incumplimi­entos de los acuerdos de paz para Ucrania

- GONZALO ARAGONÉS

Los enfrentami­entos en la localidad de Márinka han puesto a las claras la debilidad de la tregua alcanzada cuatro meses atrás en Ucrania, donde gobierno y separatist­as continúan enrocados en sus posiciones más extremas.

LMoscú. Correspons­al a última batalla en el este de Ucrania, en torno a la localidad de Márinka esta semana, no es por sí sola la principal amenaza para el segundo proceso de tregua, que dura ya cuatro meses. El alto el fuego era de mentira y la guerra continuó, en algunas zonas a veces con intensidad. Además, las posiciones de Kíev, de los rebeldes prorrusos y de sus padrinos de Moscú se han endurecido y el proceso se ha atascado sin remedio a la vista.

Que la aparente calma terminase era, para muchos observador­es, cuestión de tiempo. “Lo que ha sucedido es lo mismo que en los últimos meses, pero en más cantidad y calidad”, ha dicho el politólogo ucraniano Vladímir Fesenko. “En realidad, hubo dos lugares en los que la lucha no se detuvo ni un solo día: la región del aeropuerto de Donetsk y Shirókino (cerca de Mariúpol)”. Los choques en Márinka, que el miércoles pasado causaron 28 muertos, provocaron ayer la reacción de la ONU, que pidió a todas las partes algo que parece imposible, el respeto al alto el fuego.

El primer ministro de Ucrania, Arseni Yatseniuk, decía a finales de mayo que 80 soldados ucranianos habían muerto desde la tregua, firmada en Minsk (Bielorrusi­a) el 12 de febrero.

Ahora todo el mundo se pregunta si esos acuerdos están muertos. “Son una hoja de ruta para al menos congelar de manera estable el conflicto. Pero ahora ni siquiera eso. En cualquier momento pueden volver a disparar en serio”, decía en mayo el politólogo ruso Alexéi Makarkin.

En realidad, habría que saber si alguna vez los acuerdos estuvieron vivos. La cumbre al más alto nivel en Minsk (presidente­s de Francia, Ucrania y Rusia más la canciller de Alemania) ofrecía esperanzas. Pero la tregua empezó mal al no resolver los intensos combates de esos días en Debáltsevo.

Luego sí llegó esa relativa calma, y el principal frente de batalla se trasladó a la retórica. En estos cuatro meses las dos partes no sólo se han acusado de romper el alto el fuego y de tener planes para grandes ofensivas. El mismo presidente ucraniano, Petró Poroshenko, aseguró el jueves que había que prepararse para una invasión de Rusia “a gran escala”.

Algunas declaracio­nes han puesto en duda incluso la intención de cumplir los acuerdos de Minsk. El líder de la autoprocla­mada República Popular de Donetsk, Alexánder Zajárchenk­o, llegó a decir que su objetivo era tomar todo el territorio de las provincias de Donetsk y Luhansk. Y Poroshenko aseguró en otra ocasión que la guerra no terminará hasta recuperar Crimea.

Tras la firma, los dos bandos intercambi­aron algunos prisionero­s y retiraron los tanques y la artillería que esta semana han vuelto a utilizar. Pero muy pronto quedó claro que las cuestiones políticas no se iban a resolver: la Rada de Kíev no aprobará un estatus especial para la región del Donbass que los rebeldes quieren que se parezca a una independen­cia; y estos no están dispuestos a ceder los 410 kilómetros de frontera con Rusia que tienen bajo su control.

Kíev decidió separar económicam­ente la zona bajo control rebelde. Dejó de enviar allí las pensiones o el dinero para el sector público. El Gobierno ruso acusa a Poroshenko de implantar un bloqueo económico que viola lo firmado en febrero.

Ninguno de los 13 puntos de los acuerdos de Minsk se cumple al completo. Al segundo acuerdo de paz le parece quedar poco recorrido y no se sabe si será posible una tercera edición.

Las posiciones de los dos bandos se han endurecido y han terminado atascando el proceso

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SERGEY DOLZHENKO / EFE Una mujer besa a su marido en Kíev, que ha estado un año combatiend­o

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