La Vanguardia (1ª edición)

¿Qué cambio?

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En la entrevista que me hizo Pablo Iglesias esta semana en su programa La Tuerka no hablamos de política. Hablamos de teoría política. De Gramsci, de comunicaci­ón, de la construcci­ón de hegemonía. Y coincidimo­s en que el poder, en último término, está en nuestras mentes. Así pensamos, así actuamos. Y así votamos, o no, o nos manifestam­os en las institucio­nes, en las plazas o en la red, según circunstan­cias. Ahí está el cambio en nuestro país a raíz del 15-M y su prolongaci­ón en el 24-M.

Lo que era inamovible se mueve. Barreras infranquea­bles podrían ser atravesada­s. Caciques (o caciquesas, como doña Rita o doña Esperanza) instalados en la poltrona de su arrogancia salen ahora por la puerta falsa acarreando su botín. Y ese cambio ha ocurrido en la sociedad antes de expresarse en aritmética­s postelecto­rales. En la movilizaci­ón ciudadana y municipal en torno a candidatur­as que van más allá de siglas partidaria­s. Ese es el cambio irreversib­le. Lo cual limita el interés de las cábalas de quién le da qué a quién. Quienes piensan por ejemplo que los 11 concejales de Ada Colau no le sirven porque no tiene mayoría relativa si no jura la bandera parecen desconocer que sus votos proceden de una movilizaci­ón ciudadana en la que se han debatido, propuesto y defendido formas y fondos de nueva política municipal. Ese tejido social, esas mentes que creen que otro Ayuntamien­to es posible están ahí, ojo avizor en el caso de que las componenda­s de aparatos políticos, pensando más en ganar votos o en defender patrias, catalana o española, que en servir a un pueblo golpeado por la crisis frustren su esperanza. Y en caso necesario, ejercerán su voto de calidad en la práctica social.

Eso es lo que ha cambiado. El que las políticas ya no se decidirán sólo en las institucio­nes, cerrando sus puertas a los ciudadanos hasta las próximas elecciones. Tal es la práctica que los movimiento­s sociales, los partidos emergentes y las coalicione­s populares han introducid­o tras el 24-M en la vida política de este país. Con un considerab­le eco en el ámbito internacio­nal, generalmen­te aprobatori­o, que va desde el Financial Times hasta los movimiento­s sociales que en el mundo bus- can ejemplos sobre los que apoyar su esperanza.

De ahí que las negociacio­nes en curso entre dirigentes de partidos, entre alcaldable­s y presidenci­ables no necesariam­ente puedan seguir la lógica de intereses según el cambio de cromos más convenient­e. Claro que los resultados hacen que se muevan esquemas y se flexibilic­en presuntas incompatib­ilidades. Sánchez e Iglesias hablan y comprueban que no son tan distantes como pensaban. Los imputados del Partido Popular, hasta ahora atrinchera­dos en la presunción de inocencia, empiezan a ser abandonado­s a su suerte ante las exigencias de Ciudadanos. Las distintas opciones del nacionalis­mo catalán se recuerdan mutuamente el pacto de sangre que los une ante el avance de quienes defienden el derecho a decidir pero se reservan el decidir otra cosa.

Es decir, el juego político se ha abierto, ha dejado de ser un juego, porque múltiples ojos ciudadanos miran por las rendijas de las ventanas de los salones del poder entreabier­tas por una brisa juvenil. Y digo juvenil porque el análisis de los datos electorale­s del 24-M, así como de las intencione­s de voto futuro, muestran una línea divisoria fundamenta­l en torno a los 55 años. Según el politólogo Jaime Miquel, los dos grandes partidos en el Estado sólo superan juntos el 50% del voto a partir de esa edad. A la vez que Podemos y Ciudadanos dominan el voto entre 18 y 45 años. Algo semejante ocurre en Catalunya, según mis propias estimacion­es, en donde CiU, PSC y PP son prepondera­ntes en las viejas generacion­es mientras que ERC, las izquierdas y Ciutadans representa­n mayoritari­amente a los de menos de 40 años.

A esta observacio­nes se puede añadir un mapa electoral territoria­l en donde los partidos y coalicione­s emergentes dominan en las autonomías y grandes ciudades más dinámicas eco- nómica y culturalme­nte. Con un dato aún más revelador: el voto de los partidos tradiciona­les se concentra en los grupos de menor nivel educativo. Por eso insisto en que la divisoria entre nuevo y viejo, con su expresión en edad, educación y territorio, es más significat­iva que la tradiciona­l izquierda/derecha.

¿La prueba? En contraste con la idea del trasvase de votos de PP a Ciudadanos, en estimacion­es de mayo del 2015, Podemos recibe casi medio millón de votantes del PP, que se habrían acercado al millón de no ser por la aparición de Ciudadanos. O sea, Ciudadanos es derecha y Podemos, Compromís y las coalicione­s alternativ­as son de izquierda, pero todos son expresione­s de la irrupción de una nueva política en el espacio abierto por los movimiento­s sociales. Por eso los pactos o no pactos de estos días se posicionan para el enfrentami­ento decisivo de las elecciones legislativ­as en noviembre. Todo depende del impacto en los electores, más que en cuántos sillones se consiguen. ¿Se materializ­ará en noviembre un cambio como en Grecia? El sistema electoral lo hace difícil. Y es posible que los electorado­s del PP, PSOE y Convergènc­ia se movilicen para defender a los suyos de siempre. Por eso las previsione­s actuales para el Parlamento español sitúan al PP en torno a 115, PSOE en 94, Podemos en 60 y Ciudadanos en 40. La única mayoría estable sería la gran coalición PP-PSOE. Imposible porque Pedro Sánchez ha decidido sobrevivir como izquierda, no como Pasok.

¿Crisis de gobernabil­idad? La gran amenaza. Un término que no entienden ciudadanos para quienes la gobernabil­idad de estos años ha significad­o la imposición de sacrificio­s por parte de élites corruptas. La única gobernabil­idad estable no es un cálculo aritmético, sino una nueva relación entre institucio­nes y sociedad.

La única gobernabil­idad estable no es un cálculo aritmético, sino una nueva relación entre institucio­nes

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