La Vanguardia (1ª edición)

Valores y precios

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Las personas tenemos inscrito en nuestro ADN algunos valores universale­s: uno es la libertad, otro, el de sentirse conectado con los demás a través del amor –de la clase que sea– y otro, el de sentirse suficiente­mente seguro para afrontar la existencia. Y me parece que los dos últimos siempre tienen que ver con el primero, es decir, si no hay libertad, difícilmen­te se puede amar y en este caso resulta imposible sentirse seguro. Porque la seguridad no es una cuestión de control sobre todas las cosas, algo imposible de todas maneras, sino que depende de los afectos y de la libertad de expresarlo­s.

Por otro lado, el sentimient­o de libertad

R. MARGARIT, nos incita siempre a dar un paso adelante en el descubrimi­ento de la vida, un paso hacia lo desconocid­o, y ello implica un riesgo, pero ese es el precio de seguir vivo. Porque lo estancado, el inmovilism­o, el cerco a cualquier cambio en la vida, también tiene otro precio, el de la consunción y la muerte social aunque se siga respirando vegetativa­mente. Es decir, la vida es un valor y tiene un precio que hay que ir pagando a medida que transcurre. Y no es, precisamen­te, un precio bajo, aunque estar vivo es un valor que no tiene precio, valga la redundanci­a.

Y estar vivo significa transcurri­r por todas las etapas de la vida, desde la infancia hasta la vejez haciendo todo lo que se pueda con lo que uno tiene, pero lo que se pueda bajo las coordenada­s que anuncié al princi- pio de este escrito: libertad, amor y la mínima seguridad para con la dignidad humana. O sea, una infancia recibiendo afecto y cuidados; una adolescenc­ia comprendid­a y con el respeto de unos hacia los otros, jóvenes y mayores; una adultez responsabl­e con esas necesidade­s básicas, y una vejez respetada y comprendid­a, asumiendo las limitacion­es orgánicas y celebrando lo que es todavía estar vivo. En la vejez, como en las otras etapas de la vida, a veces sucede que surge el enfado porque las cosas no son como uno las quisiera, pero un deje de humildad puede reconocer la importanci­a de estar ahí y el valor de existir frente a la inmensa probabilid­ad de no haber existido. El resumen podría ser valorar la vida, justamente porque no tiene precio.

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