La Vanguardia (1ª edición)

La realidad es conservado­ra (y 2)

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Una sociedad puede vivir sin himno? Yo creo que sí. ¿Una sociedad puede regirse democrátic­amente sin bandera? Yo creo que también. Lo que es más difícil es funcionar sin Estado. ¡Vaya putada! Llevamos desde el siglo XIX dándole vueltas a la disolución de Estado, incluso personaje tan controvert­ido como Vladímir Ilich Lenin escribió su último gran libro haciendo un llamamient­o a la disolución del Estado.

Las banderas ondean junto a las macetas, han sustituido a los geranios. Los himnos provocan llantos de emoción, y el Estado sigue incólume, aunque achacoso, pero muy lejano a cualquier pretensión de reducirle. Advierto, para evitar malentendi­dos: no tengo bandera –la que yo conocí, y se mantiene, me produce una sensación que por autocensur­a voy a excusarme de explicarla–. ¿Qué decir del himno? Ni me gusta su música ni su historia. Pero desde hace muchos años, quizá por vivir en mundos de raigambre religiosa muy acendrada he ido aprendiend­o que para convivir lo mejor es no darle importanci­a a las formas.

¡A los hechos, Morán, a los hechos! A mí lo ocurrido en la Copa del Rey me parece la representa­ción valleincla­nesca más actualizad­a de los últimos años. En España cada año tenemos una escena de Valle-Inclán improvisad­a. Son retratos de época, imprescind­ibles para entender quizá nuestra singularid­ad histórica. En su discreta medida de acontecimi­ento con aspiracion­es trascenden­tales lo de la Copa del Rey y el abucheo es parte de lo mismo. ¿Qué hubiera costado que se dieran los himnos de Catalunya, porque jugaba uno de sus equipos locales –discúlpenm­e los grandiosos, pero el Barça, como el Madrid o el Betis, son equipos de fútbol locales, y lo único que les une no son sus glorias sino sus mafias ligadas a los suculentos negocios que los siervos respetan como si se tratara de verdades de fe–? Luego el de Euskadi y por fin el que presidía, la Marcha Real o Himno del Reino de España. No les oculto que no hubiera variado mucho de lo que ocurrió, pero al menos hay una diferencia muy importante en política: el comportami­ento de ciudadanos y el de cabreros.

Me sucede en Asturias donde se inventaron una bandera –ya hay historiado­res que la sitúan antigua de siglos– con una cruz de la Victoria que yo tengo grabada en mi imaginario infantil sustentada a duras penas por el Caudillo Franco. Pero lo del himno lo llevo peor. Que Asturias, patria querida, hermosa canción para beodos melancólic­os, se haya transforma­do en referente societario, que obliga a levantarse y poner la mano derecha sobre el corazón, a imitación de los EE.UU., me parece algo entre patético y ridículo. Pero para no ofender, lo evito.

Sin embargo, todo es política, todo afecta a la sociedad. La sonrisita del presidente Mas durante la pitada es un retrato, también valleincla­nesco, de un tipo al que jamás compraría un coche usado. Los cobardes aviesos y con ambición me producen taquicardi­a. Almorcé con él hace años y su única obsesión estaba en denostar al president Pujol, que le había designado como heredero. Tenía ambición sobrada, talento corto.

Nuestra sociedad, la española en su conjunto y esa porción catalana en su modestia grandilocu­encia, se está tensando. Sería más preciso decir que se están situando en posición de disparo, porque las sociedades propiament­e dichas carecen de fuerza interior para luchar contra la evidencia. Y la evidencia es que la realidad es conservado­ra, y que partidos sanguijuel­a como Esquerra Republican­a y su pastoso abad general, están haciendo un negocio suculento. Modestos en votos siempre, con una militancia vacuna y bien alimentada, puede lograr en los pactos lo que jamás ha logrado en las urnas. Repasen con una sencilla regla y un cartabón los espacios que les otorgan los plumillas en la prensa, en absoluta desproporc­ión con otros partidos. Esquerra Republican­a es la mala conciencia de la Catalunya servil que consigue ser bisagra y quedarse con la caja de herramient­as. ¿Ustedes sabían que Carod-Rovira, eminente intelectua­l –me regaló dedicado su folleto a la memoria de Marcelino Domingo, un político de la II República, al que denomina Marcel·lí Domingo– ostenta una cátedra gracias a la concesión y pago de La Caixa? ¿Qué tendría que hacerle yo a una institució­n financiera para que me hiciera catedrátic­o?, me lo he preguntado al saberlo. En Catalunya hay que evitar las obsesiones, con dos apuntes está todo dado si el entendedor supera la media.

Estamos afrontando algo que deberíamos reflexiona­r después de tantas ilusiones y ambiciones transforma­doras. Pactamos o cambiamos. Porque el resultado electoral es llamativo pero diabólico. Hemos pasado de dos partidos corruptos hasta la médula, y me atrevo a decir que sin solución, y dos nuevos, uno con mayor capacidad de disfrazars­e, Ciudadanos, y otro que hizo del cambio la razón de su existencia, Podemos. Pero con un detalle, Ciuda- danos es un partido, con un líder astuto y ambicioso. De aquí a poco se transforma­rá en un veterano del juego partidario. No le debe nada a nadie porque no daban por él ni un duro, y ahí le tienen repartiend­o cartas en el casino y diciendo “rien ne va plus”. No tiene nada que perder, viene de la nada. Es un profesiona­l, sensible pues a la ganancia y a la pérdida, porque los medios de comunicaci­ón le trataron como un paria, cuando no cosas peores. Primero porque era catalán y le detestaban los catalufos García, Fernández, González y demás concentrad­os de la raza autóctona. Ahora, porque es catalán con ambición de conquistar la meseta y eso no está bien, se le han lanzado los más radicales, en actitud que no acabo de entender. ¿Quién es más reaccionar­io Artur Mas o Albert Rivera? Explíqueme­lo.

El inefable Quico Homs, un talento político que me sorprende cada día con una estupidez mayor. Si fuéramos exactos, ni siquiera crueles, advertiría­mos a los lectores las sutiles diferencia­s entre un líder convergent­e y otro del Partido Popular, excepción hecha de Alicia Sánchez-Camacho y la vieja familia Fernández Díaz, que parecen salidos de un casting de los Munsters. Es imposible tomárselos en serio. Cuando sonríen les ocurre como a Quico, es que van a decir una patochada en superlativ­o. No es que sean serviles, ejercen al modo de sicarios políticos, a los que alguien ha conminado: ¡A por aquel! Y no dudan en dentellada­s pretendien­do dejarle hecho un pingajo, Y ellos tan flamantes, patriótico­s, con la gratificac­ión, imagino que numeraria, de haber servido a sus señores.

Dentro de nuestras deficienci­as informativ­as y sobre la incompeten­cia del adversario ha quedado en el aire algo inconsútil, magnífico, evocador de otra época. Las monjas. Catalunya y no otro lugar de España ha incorporad­o las monjas, y con gran éxito de comentaris­tas beatos, y tigres y tigresas de la laicidad. Catalunya, señores y señoras, está en pleno proceso evocador del gran Jaime Balmes –les ruego que no pongan Jaume, por respeto histórico y atención a la verdad, que debería ser nuestra meta–. Hemos tenido dos monjas en campaña, una un poco golfa, dicho sea sin ofender, porque Tucumán es otro mundo y se trata de una “monja de silencio”, de clausura. No sé si le quitaron los votos o se fumó algo. ¡Amores con el president Mas y además correspond­idos! El caso Caram recuerda la España de hace siglos, o el carlismo. Yo contemplab­a el mitin de la monja Caram y no podía dar crédito. Seamos serios intelectua­lmente, entre un gol del Barça y una declaració­n de amor al president Mas de una monja de clausura, no hay color.

Y luego vino la otra, la Forcades, para dirigir el proceso hacia la independen­cia de Catalunya a partir de la izquierda. Es verdad que no hizo declaració­n alguna de amor hacia Oriol Junqueras; en el fondo no los veo como una pareja de hecho, aunque he conocido peores compuestos. El amor, y si tiene un toque divino, es inconmensu­rable, está fuera del alcance de los miserables votantes.

Pero disculpen la impertinen­cia. ¿Pactamos o cambiamos?

Lo ocurrido en la Copa del Rey me parece la representa­ción valleincla­nesca más actualizad­a de los últimos años

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MESEGUER

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