La Vanguardia (1ª edición)

La ciencia no tiene ideología

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Unos no salen de la charca de Twitter. Otros entran en el periodismo como el villano a la cantina del western, dispuestos a todo para llamar la atención. Los hay, sin embargo, que tienen una mirada especial, gente necesaria que hace bien su trabajo, que aporta esa dosis de sentido común a las noticias cuando estas se dejan reposar un poco.

Conviene recordarlo ahora, cuando un niño de seis años no vacunado de difteria se debate entre la vida y la muerte en la UCI del hospital Vall d’Hebron.

Desde un profundo y radical desacuerdo con todos aquellos que rechazan las vacunas, quiero romper una lanza por esta pareja de Olot. Su hijo es la principal víctima de su imprudenci­a. Pero también ellos son víctimas. Cometieron un error terrible. Su sufrimient­o ahora se nos antoja una pesadilla.

Ellos creyeron en un relato plausible aunque falso, en supercherí­as que han cuajado en algunos países anglosajon­es en los últimos años. Todo empezó con un exmédico, Andrew Wakefield, y su estudio fraudulent­o sobre la triple vírica. Luego irrumpió la monja, por la que ahora vuelven a repicar las campanas, y sus teorías conspirano­icas. Esas tesis hallaron acomodo en posiciones alternativ­as a la medicina convencion­al y en la creencia de que la enfermedad es un desequilib­rio que sólo debe ser afrontado de for-

Los padres del niño de la difteria cometieron una grave imprudenci­a, pero es inaceptabl­e su linchamien­to

ma holística y con la autocuraci­ón.

Los padres del niño de Olot se equivocaro­n. La ciencia no tiene ideología.

No se puede rechazar en nombre de una libertad personal mal entendida la medida de salud pública más eficaz que se conoce para salvar vidas. La solidez de nuestro sistema depende de una red de mutualidad y responsabi­lidad: me vacuno para protegerme a mí y al resto. Como cuando conducimos sobrios o sin exceder la velocidad permitida, o cuando no fumamos en espacios públicos, hacemos un trabajo tan básico como esencial para mantener la salud de los demás.

Pero eso no justifica el linchamien­to público a esta pareja. En tertulias y en las redes sociales se les ha tratado casi como criminales. Quiero pensar que no vacunaron a su hijo creyendo que estaban haciendo lo mejor para él. Mal informados, confundido­s, desnortado­s, levantaron un muro protector con piezas de Lego.

Se trata de un caso esporádico. De ahí que constituya otro error poner en un mismo nivel a aquellos que sí vacunan a sus hijos, la gran mayoría, y los que no, una minoría. La protección colectiva es altísima, del 95% en los primeros años de vida y del 85% en adolescent­es. Entonces, ¿hay que obligar a vacunar? Parece racional que sí pero no razonable, no mientras se mantenga el actual nivel de inmunizaci­ón. Correspond­e a los pediatras arremangar­se para convencer del beneficio de vacunarse y que los colegios de médicos actúen contra aquellos colegas que promueven no hacerlo.

Más dañino que el virus es la desinforma­ción.

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