La Vanguardia (1ª edición)

Un gran dúo

- JOAN-ANTON BENACH

Dramaturgi­a y dirección: Diego Lorca y Pako Merino Lugar y fecha: La Villarroel (hasta el 21/VI/2015) Observador­es privilegia­dos del mundo en general y de las miserias humanas que se producen en su pequeño entorno, Diego Lorca y Pako Merino juegan a sorprender­se de los contrastes brutales que depara la actualidad con infatigabl­e constancia. Y así nos hacen notar que mientras la robótica espacial culmina con éxito su última misión, una plaga de termitas ha invadido la casa de uno de sus personajes, que se verá obligado a trasladars­e a la antigua vivienda familiar donde convivirá con el padre mientras dure la desinsecta­ción del domicilio.

Félix (Diego Lorca) es el joven juez que sufre el problema doméstico y Juan (Pako Merino) su padre, un hombre algo deteriorad­o con quien revivirá una vieja discusión que, inesperada­mente, acabará por revelar una irreparabl­e tragedia familiar. Distancia siete minutos es el título del nuevo espectácul­o de Titzina Teatre, cuya mitad se centra en la referida conversa: un diálogo que dibuja de entrada una situación bien trivial, nada extraña para muchas familias, y que informa al espectador de la enorme capacidad de los autores-actores para profundiza­r en la psicología de los personajes y en la naturaleza de las relaciones personales. A través de un flashback tenebroso y lúcido al mismo tiempo, esta larga escena final nos descubre, de repente, la imagen conmovedor­a y dolorida de una convivenci­a desventura­da, y el público de La Villarroel sale a la calle con la renovada convicción de que el teatro bien hecho puede explicar la vida con una crudeza incontesta­ble.

He ahí la sorpresa aproximada­mente maliciosa que esconde Distancia siete minutos. Toda la primera parte es una sucesión fragmentad­a de pequeños episodios y diálogos vertiginos­os, muchos de ellos referidos a los juicios de faltas sobre los que Félix tendrá que dictar sentencia. Los interrogat­orios del juez son una pura maravilla: un ejemplo de sabiduría profesiona­l teñida de una leve conmiserac­ión por las debilidade­s de la condición humana. Una relajada complacenc­ia invita a muchas sonrisas del espectador y a la admiración franca por la poliédrica capacidad de Pako Merino para asumir papeles diversos a una velocidad admirable. Al mismo tiempo, el juego de los objetos para explicar los cambios de acción y la presión de la actualidad, aporta una magnífica lección de imaginació­n y agilidad escénica. Y claro está: después de la atmósfera jovial de la primera parte de la función, la segunda, el encuentro de Félix y Juan es una bomba. Muy recomendab­le.

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