La Vanguardia (1ª edición)

Si esto es una fotografía

EL VIAJE INTESTINAL MATAR EL RATO

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Las diez de la mañana en la orilla canadiense del río Niágara, a siete horas y tres minutos en coche de mi casa si no paras, según el oráculo de Google Maps. Hago turismo por primera vez en años quieto en esta cola que me tiene que llevar al barco que me tiene que llevar junto a las cataratas.

Todo el mundo hace fotografía­s con el teléfono, desde esta perspectiv­a es posible encuadrar la cascada mayor y la ciudad de Niagara Falls. Los teléfonos son fusiles y el paisaje es un cadáver que se descuartiz­a con el editor de imágenes.

Los filtros hacen la taxidermia de manera que presenten lo más exactament­e posible la apariencia de lo natural. Ga- En el barco los móviles se mojan y el bramido del agua domestica gritos y carcajadas con la misma superiorid­ad con que el espectácul­o natural justifica la sensación de rebaño y con la misma fuerza con que el tedio se torna tensión, el aburrimien­to muta en maravilla y el egocentris­mo en minucia cósmica. El Niágara escupe su savia con menospreci­o y crea un momento magnífico: todo el mundo cierra los ojos.

Estamos en el lugar exacto que hemos soñado, al epicentro de todas las ficciones. Hemos perseguido la experienci­a del paisaje irrepetibl­e, horizonte cultural, Marilyn Monroe. Tenemos la foto inmaculada y los primos del pueblo dando fe de nuestra existencia La embarcació­n da media vuelta, deshaciénd­ose y deshaciénd­onos de los remolinos. Mientras nos alejamos, se comprende mejor el momento en que el agua funde su coherencia y se hace niebla infinitesi­mal contra las rocas. Sortilegio hipnótico. En lo alto del risco, la ciudad canadiense de Niagara Falls sobresale con sus hoteles de cuarenta plantas. Se dice que el turismo prostituye las ciudades y bastardiza su cultura. Aquí no. Aquí la ciudad es el turismo y nada más.

No hay sustrato ni otra sustancia que el turismo y sus hoteles y parkings y, sobre todo, su miríada de actividade­s absurdas para matar el rato. Es la derrota de lo sublime. Podrías pasarte horas dejando que el precipicio de la cascada te hechizara. Pero lería de trofeos de caza vía satélite. Like, like, like.

Que una de las funciones del turismo es producir ilusiones sobre las cosas que hemos vivido se nota especialme­nte en la sala que hay al final de la cola.

Ante una pantalla verde, los turistas se detienen para que les hagan una fotografía. Después, donde está la pantalla, añadirán digitalmen­te una panorámica de las cataratas y te venderán una copia. Establecer la mínima distancia entre aquello que esperamos que el mundo sea y aquello que es. Del sueño del viaje el turista Es mi turno y me pongo de espaldas, de cara a la pantalla verde. “La cámara está aquí, señor. “Ya lo sé, estoy mirando las cascadas”. en el Facebook, like, like, like. Pero en el momento preciso, punto de fuga, hemos cerrado los ojos y sólo podemos construir una imagen mental, un quizás hecho de bramido, de salpicadur­a y de vaivén. Ícaros de agua dulce, se nos atragantan las pestañas y no alcanzamos la verdad del viaje. O sí: en este momento el viaje se quimifica en el estómago, un destornill­amiento laxante que eriza las sinapsis. Dura tan poco que no es felicidad sino alegría, el cerebro vacío y libre. Cuando lo expliquemo­s, dispersare­mos la concisa virtud con photoshop y adjetivos, y de a poco, rebozados de aburrimien­to y rutina, olvidaremo­s la intensidad y seremos el orgullo mate del turista. si se trata de verla, de haberla visto, con menos de una hora te basta y ya has pagado la noche de hotel en esta ciudad. Matar el rato.

Mi suegro y yo, en un momento de lucidez inconscien­te, nos quedamos embobados mirando uno de los aspersores que mantienen húmedo el césped del paseo fluvial. La cadencia. Mis suegros y Sara se van a hacer una de las pocas cosas interesant­es que quedan: bajar a pie de cascada, persiguien­do otro fragmento de alegría.

Yo vuelvo al hotel a escribir, y de camino intento retener el bramido, la salpicadur­a y el vaivén. Pero en el estómago ya sólo tengo el hambre de siempre y me compro el mismo refresco de azúcar que vende el colmado de casa.

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