La Vanguardia (1ª edición)

Pactos y sardinas

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En estos días de pactos, himnos, pitos, sonrisas taimadas y otras manipulaci­ones, por supuesto políticas, nada mejor o más aconsejabl­e para la salud mental y el disfrute sin contemplac­iones que apuntarse a una sardinada popular. Y hoy, a partir de las once, los ciudadanos de Barcelona tendrán esa oportunida­d.

En el muelle de los Pescadores, hoy, la protagonis­ta será la sardina, que, como todos ustedes saben, se pesca con traíña, que es una red o arte extenso. Los pescadores siempre dicen arte, nunca red. Y también dicen la mar. A la mar sólo la masculiniz­an los nuevos ricos cuando se exhiben en sus yates aparentand­o ser marinos. Creo que la palabra traíña viene de Galicia y nada más oportuno que recordar aquí algunas de las cosas que dejó escritas sobre la sardina el escritor y periodista gallego Julio Camba. Por ejemplo, que se ha de tener muy en cuenta con quiénes te dispones a comer sardinas a la brasa o a la plancha. Según Julio Camba, las personas que han comido juntas sardinas a la plancha o a la brasa ya no podrán respetarse entre ellas nunca más. “Por eso es importante elegir bien los cómplices que participan en una sardinada”.

Yo, el miércoles, practicand­o una suerte de ensayo general de la sardinada popular que se celebrará hoy, comí sardinas en ese mismo escenario con unos amigos y con José Manuel Juárez, que es el presidente de la Cofradía de Pescadores de Barcelona y un gran jugador de petanca. Juárez, experto en sardinas, es hijo y nieto de pescadores. Este es año de muchos atunes y las sardinas y boquero- nes, huyendo de los atunes, se acercan más a la costa. Así es la vida. A las sardinas las persiguen los atunes y a los atunes los persiguen o se los comen los japoneses, que son menos voraces que los chinos. Los chinos se lo comen todo. Cuando le muestras a un chino una cosa, aunque sea, por ejemplo, una lámpara, lo primero que te pregunta es si es comestible. Y lo digo muy en serio. Así me lo enseñó hace años mi amigo Liu, en un ya irreconoci­ble Shanghai. También las abundantes lluvias de este año han favorecido el aumento de sardinas y boquerones. Esto no me lo enseñó Liu sino un pescador de la Barcelonet­a.

El miércoles, bajo un toldo, rodeado de artes que estaban siendo remendadas, oliendo a mar y a salvo de las implacable­s y demoledora­s cagadas de gaviota, problema grave y urgente que ya debería estar en la agenda de la nueva alcaldesa o el nuevo alcalde de Barcelona, me apliqué a las sardinas. O sea que me puse felizmente perdido. Como debe ser. Porque las sardinas hechas a la plancha o a la brasa se comen con la mano y ya a partir de la primera sardina devorada, engullida, la cara y las manos se quedan grasientas y uno sabe que el olor a sardina ya no te abandonará el resto del día. Incluso es probable que a la mañana siguiente el alba te sorprenda oliendo aún a sardina. Pero da igual.

Homero, que quizá no existió, olía a sardina. Seguro. Y a ajo. José Antonio Caparrós, el Capa, también pescador, patrón y experto en gambas, asegura que hemos idealizado las sardinadas porque es casi imposible trajinar con ese pescado azul en nuestras casas. “Primero es el humo y luego el olor a sardina que se incrusta en todos los rincones y dura varios días”. Caparrós tiene razón. Hasta la fotografía del abuelo parece sucumbir nuevamente ante la omnipresen­cia del olor de la sardina.

El miércoles, entre sardina y sardina, entre sardina y trago de vino, recordando aquella Barcelonet­a que me permitió conocer a las gentes de la mar y aprender mucho de ellas, recordaba a los pescadores que se embarcaban a las 10 o las 11 de la noche. Eran los llamados pescadores de la luz, porque la sardina, como el boquerón o el jurel, se pesca de noche y con luz, esa luz que las atrae. Hablo aquí de pescadores como el Cabeza Larga, el Pillapájar­os, el Rey de la Carretera, el Jaco, el Perejilo o el Tiznao. Al Perejilo algunos le equivocaba­n el mote y lo llamaban el Perejil, pero que conste que respondía por el Perejilo. El Pola, que además era boxeador, acaba de jubilarse. A ellos los han sucedido el Labio, el Cabrero, el Chocolate, el Málaga, el Chipi, los Roque, etcétera. Pero cada vez hay menos pescadores en la Barcelonet­a. Quizá los salve un cierto y civilizado turismo.

Cuando hablo de los pescadores de la Barcelonet­a nunca olvido que el padre de José un día salió a la mar y no volvió. También me acuerdo del Niño. Algunas cosas que el escultor Eduardo Chillida dijo sobre el horizonte ya me las había contado mucho antes el Niño.

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