Relevo en el Ayuntamiento de Barcelona
AYER se celebró en el salón Reina Regente del Ayuntamiento de Barcelona el último pleno del mandato. Esta sesión de actas y despedidas respondió, más que nunca, a su nombre; en particular, en lo tocante a despedidas: 26 de los 41 concejales no repetirán en el cargo. Un relevo de estas proporciones era inédito, hasta ayer, en el Consistorio de la capital catalana.
El alcalde saliente, Xavier Trias, hizo un oportuno llamamiento en clave institucional, tanto al futuro gobierno municipal como a la oposición. Los emplazó a trabajar en común por el bien de Barcelona y por el desarrollo de su potencial. Y los demás ediles que dejaban el cargo –entre ellos Joan Puigdollers, el más veterano, con 28 años en su escaño– aprovecharon la ocasión para formular sus despedidas, en tono más personal, y en ocasiones embargadas por la emoción.
El gobierno del alcalde Trias, que cuatro años atrás puso fin a tres decenios largos de gestión municipal socialista en Barcelona, deja como herencia muy visible de sus cuatro años al frente de la Casa Gran una serie de grandes arterias ciudadanas rehabilitadas. La Diagonal es sin duda la más notoria. Pero también puede hablarse de las reformas del paseo de Gràcia, de la ronda del Mig o de la calle Balmes, entre otras. Sin olvidar el inicio de las obras en la plaza de las Glòries, cuyo complejo aparato de túneles requerirá años para completarse. Durante este mandato, el Consistorio también actuó en barrios barceloneses menos favorecidos. Pero es probable que estas labores, pese a disponer de cuantiosos recursos, fueran comunicadas con menor fortuna. Y, asimismo, este Ayuntamiento preparó otras grandes obras, como la reforma de la ronda Litoral a su paso por el Morrot o el desarrollo del área de la estación de la Sagrera, cuya continuidad parece que está en el aire con el equipo municipal entrante.
No han sido tiempos fáciles. La crisis se hizo notar. Y el hecho de que Trias tuviera que gobernar en minoría, articulando mayorías variables, tampoco le ayudó. Pero es justo señalar que el nivel de servicios se mantuvo, como se mantuvieron la solvencia económica del municipio, una capacidad inversora del orden de 400 millones de euros anuales y unas arcas más que saneadas.
La etapa convergente toca a su fin. El sábado está prevista la celebración del pleno de investidura que convertirá a Ada Colau, la candidata de Barcelona en Comú, en nueva, y primera, alcaldesa de la ciudad. Tampoco Colau, que sólo dispone de 11 de los 41 concejales de Barcelona, lo tendrá fácil para forjar un gobierno municipal fuerte. De momento no ha llegado a acuerdos con el PSC y ERC, que parecen ser sus únicos aliados posibles. Pero sí ha dado a entender que introducirá cambios en la ceremonia de investidura, para acercarla a la calle y a los ciudadanos que quieran festejarla desde la plaza Sant Jaume.
En la actual circunstancia, y vista la fragmentación política del Consistorio, es obligado recordar que los pactos no son un capricho, sino un ejercicio de responsabilidad para garantizar la estabilidad y la gobernabilidad. Pactar significa transigir y conceder, sí, pero también significa dotarse de herramientas y apoyos necesarios para llevar a cabo con garantías la labor encomendada. El mandato de las urnas es claro. Y las manifestaciones callejeras, siendo muestras de activismo plausibles, no aportan un plus de legitimidad. El activismo tiene sus reglas. Y la política, las suyas.