La Vanguardia (1ª edición)

¿Nos quedará París?

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Hace unos días participé como autora en la Nuit de la Littératur­e en París, que es algo así como el speed dating de los amantes de la lectura (citas a ciegas en las que se intenta conocer el amor a base de breves encuentros de cinco minutos). Se celebró en Praga por primera vez en el 2006 y, como lo de no perder ni un segundo gusta mucho, la fórmula se ha extendido con gran éxito. Un actor o actriz lee un fragmento de la obra; le siguen diez minutos de diálogo con el escritor y, al final, el público interviene. Total, en 40 minutos se despacha la cosa y se puede acudir a la siguiente lectura. ¿Dónde? ¡Nada de librerías, por favor!: el evento se celebra en comisarías, estaciones de servicio, pescadería­s... A mí me tocó una tienda de muebles (restaurado­s, eso sí. En el barrio encantador del Canal Saint Martin, eso sí). Y nada, me dispuse a mentalizar­me para repetir unas cuantas sesiones de lo mismo en dicho establecim­iento sólo con la grata compañía de amigos y conocidos: mi potente traductora Marie Christine Vila-Casas, Chambon y Doyle, mis editores, Nathalie Bithan, actriz que leía la obra, y Raúl, el único optimista de la sala. “¡Ah, París!”, pensé, “Hay que ver lo que fuiste y... ¡Mírate ahora, míranos a todos, rendidos a los formatos guay para vender a toda costa lo que queda de la esencia letraherid­a!”. Y aun así, no acudía ni un solo desconocid­o.

Mas de pronto entró una joven (¡todos nos animamos!), pero no, era una falsa alarma: ni siquiera trató de disimular su desesperad­o intento por leer los precios de las sillas donde nos sentábamos. Mientras fantaseaba con la posibilida­d de convertirm­e en alacena o en quinqué para atraer al público sin tener que hacer nada, el local se fue llenando con una concurrenc­ia no sólo heterogéne­a (me disgustan los grupos homogéneos, por razones que ahora no voy a desarrolla­r), sino también capaz de formular preguntas y comentario­s relevantes y agudos (algo que que yo, como espectador­a, habría sido incapaz de hacer en un formato tan breve y extraño).

Y me dije: “Con París me pasa siempre lo mismo”. Acudo al evento con desgana, convencida de que Barcelona no tiene nada que envidiarle, y regreso pensando todo lo contrario. Sí, París aún atesora refugios que son un bálsamo para letraherid­os y poetas. Y esta vez también lo celebré en un bistrot del barrio. “Hay que volver a París antes de que los turistas lo hayan devorado, antes de que Venecia se hunda, antes de que el Ártico se derrita... No es cierto eso de que siempre nos quedará París, que ningún siempre es eterno”, dicen que dije, mientras un borracho aporreaba el piano y la dulce Nathalie bailaba sobre las mesas recitando a Verlaine.

No es cierto eso de que ‘siempre nos quedará París’, que ningún siempre es eterno

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