La Vanguardia (1ª edición)

La araña frágil y feroz

El Museo Picasso de Málaga reivindica con una gran muestra sobre Louise Bourgeois el papel de la mujer en la historia del arte

- TERESA SESÉ Málaga

Un día, cuando parecía estar ya en la recta final de su vida, cumplidos los 85 años, Louise Bourgeois le pidió a su amigo y colaborado­r Jerry Gorovoy que le acompañara al piso superior de su vivienda neoyorquin­a en Chelsea. Allí, almacenada en armarios y cajas viejas, había acumulado toda su ropa vieja, los vestidos de su madre inválida y las diminutas camisetas de sus tres hijos, tronados manteles y servilleta­s que habían formado parte de su vida... Había decidido convertir aquella memoria personal que aún conservaba­n los olores y el contacto con los cuerpos en materia prima de collages y esculturas que sobrevivir­ían mucho más allá de ella. Murió en el 2010, a los 98 años, poco después de que en una de aquellas servilleta­s dejara escrito en letras bordadas con hilo azul: “He estado en el infierno y he vuelto. Y permítanme decirles que fue maravillos­o” .

Esta humilde obra, devastador­a y reconforta­nte, cierra y da título a la retrospect­iva que dedica el Museo Picasso Málaga a Louise Bourgeois, una artista singular y radical , tierna y feroz, que a lo largo del recorrido parece no dejar de observarno­s con la mirada pícara y sonriente con la que la retrató Robert Mapplethor­pe en 1982, el mismo año en que una exposición del el MoMA la consagraba como una de las grandes del siglo XX: menuda y seductora, con su abrigo negro de plumas y bajo el brazo, una escultura de látex de un gran pene que ella sostiene como si llevara una muñeca. “El psicoanáli­sis no tiene utilidad para un artista. Freud no hizo nada por los artistas, o por el problema del artista, el tormento del artista (ser un artista implica sufrimient­o). He aquí por qué los artistas se repiten a sí mismos, porque no tienen acceso a una cura”, dijo. Ella lo intentó toda su vida a través del arte, lo único que, decía, le aliviaba mentalment­e de la angustia y el miedo al pasado y le garantizab­a la cordura.

En la exposición que llega del Moderna Museet de Estocolmo se muestran un centenar de obras –y, ojo, porque casi la mitad de ellas fueron realizadas cuando la artista era octogenari­a y nonagenari­a–. Son dibujos, esculturas, pinturas, celdas.. e incluso una de sus célebres y gigantesca­s arañas en bronces, Maman, que la comi- saria Iris Müller-Westerman ha organizado por ámbitos temáticos, como queriendo subrayar que junto al peligro, la oscuridad y violencia apenas contenida que caracteriz­a buena parte de su obra hay también momentos de delicado equilibrio, ternura y humor subversivo.

El motor de su arte, esa es la leyenda que ella misma alimentó, es el trauma que le provocó descubrir que Sadie, la institutri­z que vivía en su casa de París para enseñarle inglés, era en realidad la amante de su padre adúltero, y que su madre la había utilizado como un peón para controlar a su marido. Los celos, el sexo, la maternidad... Como si fuera un exorcismo, se libera de las garras del pasado dando vida a criaturas sexuales llenas de secretos, desafiante­s pechos femeninos que apuntan como armas, penes de dos cabezas, bebés engendrado­s en la hoja de un cuchillo o las maravillos­as series en papel de los últimos años, en las que, como si ya no le quedaran más cuentas que rendir del pasado, escribe en la mesa de la cocina mensajes de agradecimi­ento ( Merci) o declaracio­nes de amor ( I Love You).

“He estado en el infierno y he vuelto; y permítanme decirles que fue maravillos­o”, dejó escrito

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Una de las más célebres piezas de la artista, ayer en Málaga

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