Pachín, pachán
En una época en que viajaba a menudo a Brasil, una vez, entre viaje y viaje, se pusieron muy de moda las batucadas. A ver: las batucadas han existido siempre, pero en aquel momento en Salvador de Bahía surgieron grupos com Araketu o Olodum, que actualizaron su sentido incorporando la función social, transcendieron lejos de Bahía y del nordeste del país. Hasta el punto de que mis amigos gauchos, que vivían en el otro extremo, y que tenían tendencia a ver todo lo del norte como una indiada, me hablan de ellos y me los recomendaban. Yo había comprado montones de antiguos discos de samba, me sabía muchas música y bastantes letras, y aunque aquella combinación de toques de timbal no me disgustaba, prefería de largo la samba. De todo esto hace unos cuantos años. Una serie de cosas que vi en el Brasil americanizado de finales de los años ochenta y que me pensaba que aquí no llegarían nunca (los shopping center, que la gente asistiera a los partidos de futbol con la camiseta de su equipo, los blocos de los tamborileros), se han impuesto en medio de la alegría general. No hay cabalgada de Reyes, pasacalle o fiesta mayor que no venga amenizada por diferentes grupos de personas que aporrean el tambor, con sofisticadas coreografías, dirigidas por un cabecilla que sopla un silbato. Desde el punto de vista del canon de belleza femenina se ha salido ganando: me parecen mucho más sexis las tamborileras, con aquellas camisetas anchas de mangas, que las majorettes que, en un tiempo no muy lejano, hacían malabarismos sobre unas botas imposibles, desmontando las alfombras de Corpus.
Todo esto viene a cuento porque son los últimos días de las Enramades de Arbúcies, y por la ventana abierta por donde finalmente circula un poco de aire, se escuchan las notas de la orquesta que da el pasacalle nocturno, con la música tradicional de la passada: un pasodoble ligero tocado por una cobla. Escribo estas líneas el lunes, que es la passada de la calle de Magnes y no hay demasiado barullo. Pero el viernes pasado fue el turno del barrio del Castell, circulaba una riada de gente de todos los colores, y todo el mundo tarareaba el pasodoble desgañitándose, saltando y bailando. Empieza con una llamada, como los clarines de la plaza de toros. Y a continuación se desarrolla amablemente a ritmo de marcha, que se acelera con unos chimpunes de bombos y platillos de gran efecto.
En una época en la que buena parte del patrimonio musical se ha perdido, una pieza que ha resistido la mar de bien la brutalización y alcoholización de las fiestas populares, que ha sido una constante de la vida municipal de estos últimos años, que se puede tocar con cobla, con el facistol elegantemente clavado sobre las trompetas y los fiscornos, o vocearse por la calle en estado de coma etílico, es una joya. Y podría utilizarse para muchas más cosas: fiestas del club Super3, santmedirs y rúas del Barça.
No hay fiesta mayor que no venga amenizada por grupos de personas que aporrean el tambor