Un manantial extramuros
Blanquerna era un suburbio extramuros de Constantinopla levantado alrededor de un manantial que las murallas abrazaron a la ciudad en la primera mitad del siglo VII. Pero aquellos muros eran débiles, tanto que la Cuarta Cruzada, recién estrenado el siglo XIII, los penetró. Fueron venecianos los cruzados que, tras fracasar en la toma de las ciudades de la orilla asiática del Bósforo, entraron en Constantinopla e hicieron huir al emperador Alejo III de su palacio de Blanquerna, no sin antes hacer acopio de sus piedras preciosas. Menos de un siglo transcurrió antes de que Ramón Llull pusiera el nombre de aquel suburbio al personaje central de su novela: Llibre d’Evast e d’Aloma e de Blaquerna.
A él aludió anoche Josep Maria Bosch, delegado de la Generalitat en Madrid, al abrir el acto con el que el Centro Cultural Blanquerna celebraba sus diez años como tal en su actual sede del 44 de Alcalá, pródigo el delegado en elogios a sus predecesores, empezando por “Josep Gomis, creador en 1993 de la marca Blanquerna” –con la librería sita en el uno de la aristocrática calle Serrano, núcleo duro de todos los mandarinatos de la villa y corte– y de su antecesor en el cargo y padre de la mudanza de Blanquerna a su actual enclave, “en rive gauche de la cultura”, Santiago de Torres.
El acto celebraba la consecución en esta década de esa ambicionada doble condición de ágora y embajada, punto de encuentro y escaparate oficial de la cultura catalana en Madrid –oficial, porque el no oficial lo es obviamente la ciudad entera–, de palacio ex- tramuros y manantial, donde se cobijan exposiciones y discusiones –de iniciativa pública y privada– y a la vez desde el que fluye el caudal de la identidad cultural catalana, su lengua: 15.000 personas han pasado, dijo Bosch, por sus cursos de catalán. También, lo festivo: la Semana de la Cultura Catalana, alrededor del Sant Jordi, convierte este rincón madrileñísimo en un satélite “de las Ram- blas o de una plaza mayor catalana”, concluía Bosch.
Ante la presencia del ex president José Montilla y del secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, encabezando una nutrida representación de personajes de la política y la cultura en Madrid y Catalunya, Ferran Mascarell, conseller de Cultura, puso el acento durante su intervención en la segunda de las patas de la naturaleza de Blanquerna, la de quintacolumnista de la creación cultural catalana en Madrid, y destacó un momento cultural que juzgó de “excepcionalmente interesante”, tras las fatigas de la crisis, con una “notable efervescencia” creativa que atribuyó al pulso del emprendimiento, el movimiento asociativo y el vigor del talento y que, en su opinión,
Josep Maria Bosch elogió a su predecesor Santiago de Torres, padre de la mudanza de Blanquerna a Alcalá 44
refuerza la doble dimensión de la cultura de Catalunya, su singularidad y su universalidad. “La mirada de la cultura catalana al exterior es parte del ADN constitutivo del país”. Y en esa mirada de afuera, que a su juicio es más determinante que “la singularidad”, enmarcó su permeabilidad “a la cultura española, que consideramos una riqueza para Catalunya”. En todo caso, una permeabilidad excesiva, quiso quejarse ante Lassalle, por lo que atañe a la política lingüística, al IVA y otros considerandos, con los que vino a decir lo que Alejo III supo: que los muros, al menos los legislativos, habrían de ser menos endebles a la ambición veneciana.