El malo de la película
NOS ha dejado Christopher Lee, el malo por excelencia, a los 93 años en Londres. Había encarnado papeles como Drácula (hasta diez veces protagonizó el personaje de Bram Stoker, Frankenstein (el monstruo de laboratorio de la novela de Mary Shelley), Scaramanga (antagonista de James Bond en El hombre de la pistola de oro), Dooku (el maestro jedi que cayó al lado oscuro de la fuerza en Star Wars) o Saruman (el mago maligno de El señor de los anillos). Pero también interpretó a la Muerte o a Lucifer. Y, sin embargo, era un buen tipo, del que el cine aprovechó su imponente altura (1,96), su penetrante mirada, su profunda voz y su nariz afilada para convertirlo en un personaje inquietante. De joven fue un buen estudiante y un magnífico deportista, durante la II Guerra Mundial espió en favor de los aliados, en su madurez –más allá del cine– llegó a tener una banda de música y la reina le convirtió en caballero del imperio británico en la senectud.
Lee interpretó cerca de trescientos papeles como actor a lo largo de casi setenta años de carrera, pues, tras cumplir los noventa, todavía trabajó con Martin Scorsese y con Tim Burton. El cine de terror encontró en él su cómplice perfecto, hasta el punto de que le gustaba en privado mantener este aire de personaje misterioso capaz de morderle a uno en el cuello antes de salir volando por una ventana. Nunca obtuvo un Oscar de la Academia, a pesar de que varias veces fue propuesto para conseguirlo. De todos modos, tuvo el reconocimiento del público y de los grandes cineastas.
El actor británico, que igual se ponía en la piel de Sherlock Holmes que en las vendas de la Momia, decía que sólo le faltaba interpretar al Quijote. Hace cuatro años le vi en una gala benéfica de la Fundación Bertelsmann en Berlín: impresionaba su aspecto. Aquella noche decidí dormir en el hotel con la luz encendida.