Dios salva a la reina
Afinales de los setenta apareció en Gran Bretaña un grupo de rock and roll (para decirlo en términos clásicos) que revolucionó el panorama. Eran los Sex Pistols. Nihilistas, violentos, procaces, provocadores, anárquicos... Enseguida los garantes del orden los consideraron un peligro público. En la BBC prohibieron emitir sus canciones y pronto supimos que lo que hacían se llamaba punk rock. Siempre los miré con cierta distancia, en parte porque ya no era un adolescente y en parte porque ese tipo de ensordecimiento no me convencía. En aquella época un servidor estaba más por Talking Heads o Blondie. Los Sex Pistols cantaban cosas como: “God save the Queen / the fascist regime. / They made you a moron. / Potential H-bomb. / God save the Queen, / she ain’t no human being...”. También cantaban: “I am an antichrist. / I am an anarchist. / Don’t know what I want / but I know how to get it...”.
El pitote que provocó su primer single hizo que su discográfica –la prestigiosa EMI– decidiese ahorrarse problemas y rompiese relación con ellos. El segundo single ya lo publicó Virgin, la empresa de
¡Paren máquinas! El mundo de la banca y el del punk se han felizmente encontrado
Richard Branson. (Durante décadas parecía obligado tener que escribir “el multimillonario Richard Branson” sólo porque llevaba pelo largo, como si muchos otros empresarios, de pelo corto, no fuesen también multimillonarios.) En la funda del disco aparecía la cara de la reina Isabel II. El nombre del grupo y el título – God save the Queen– le tapaban la cara de forma grosera, y eso era parte de la gracia. Los Sex Pistols atravesaron el Atlántico, hicieron una gira por Estados Unidos –pequeña porque, cuando vieron de qué palo iban, muchos de los sitios donde habían concertado actuaciones se echaban atrás–, y consiguieron que los prohibiesen en la radio y en la tele. A la vuelta de la gira, el grupo se disolvió. En total duraron menos de tres años (aunque después se han reencontrado ocasionalmente), pero el impacto que tuvieron sobre los jóvenes fue demoledor, porque encontraban en ellos un modelo de rebeldía.
Ahora, casi cuarenta años después, los Sex Pistols promocionan las tarjetas de crédito de Virgin Money, la división de servicios financieros de la empresa de Richard Branson. Son MasterCard, ilustradas con fragmentos de las cubiertas de sus discos Never mind the bollocks y Anarchy in the UK. Rompen por completo con la estética habitual de ese tipo de tarjetas. Las empezarán a distribuir el próximo martes. La idea es buena. Imagínate ir al restaurante Sublimotion de Eivissa (menú por persona: 1.500 euros) y pagar con una tarjeta donde se lee “No me importa un cojón” o “Anarquía en el Reino Unido”. No sé si los gerifaltes de Virgin Money confían en atraer a viejos punk reconvertidos al sistema o si calculan que jóvenes que no tienen ni idea de lo que significaron los Sex Pistols se sentirán ahora seducidos por la originalidad de sus tarjetas. Nihilismo, violencia, procacidades, anarquía... Hay cosas que el dinero no puede comprar. Para todo lo demás, MasterCard.