La Vanguardia (1ª edición)

Europa contra Gazprom

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Durante años, el presidente ruso, Vladímir Putin, ha esgrimido la dependenci­a de Europa del gas natural de su país como un arma de política exterior, sin miedo de que la Unión Europea lo reprendier­a –hasta ahora– . Hoy que la UE está iniciando una causa antimonopo­lio contra Gazprom, el conglomera­do de gas controlado por el Estado, Europa ha enviado una señal clara de que la brutalidad de Putin ya no es tan intimidato­ria como lo fue alguna vez.

El mensaje de la Comisaría de Competenci­a de la Unión Europea –de que las reglas del mercado se aplican a todos– Putin lo desestimó durante años. La dependenci­a de medios económicos y legales para alcanzar sus objetivos políticos ha sido por mucho tiempo un sello de su mandato. Hace más de una década, el Kremlin expropió Yukos Oil, que en ese momento generaba el 20% de la producción de Rusia, y encarceló a su fundador, Mijaíl Jodorkovsk­i, durante diez años bajo cargos de evasión impositiva inventados después de que se atrevió a oponerse a Putin.

Todos los actores importante­s de la economía centrada en la energía de Rusia rápidament­e ascendiero­n políticame­nte, lo que permitió a Putin hacer uso de las exportacio­nes de petróleo y gas del país como un garrote geopolític­o. Los países de la UE a los que no podía intimidar militarmen­te, debido a la OTAN, eran seducidos con descuentos –o castigados con alzas de precios–. El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, es el amigo más acérrimo de Putin en Europa (aunque el primer ministro griego, Alexis Tsipras, parece querer que eso cambie), mientras que los líderes de Polonia han advertido que Rusia otra vez podría convertirs­e en una amenaza para el continente. Por ello, mientras que Hungría le paga a Gazprom 260 dólares por mil metros cúbicos de

N.L. KHRUSCHEVA, gas, Polonia paga 526 dólares –el precio más alto en la UE.

Los polacos han pagado un precio altísimo, pero tenían razón. El derribo del vuelo de Malaysia Airlines en el este de Ucrania el pasado julio parecía marcar el comienzo del fin de la reputación de Rusia como un país civilizado. Y ahora hay una audiencia, actualment­e en curso en Londres, sobre el asesinato de Alexánder Litvinenko, un oficial disidente del antiguo KGB. Al inicio de esa audiencia, el abogado que representa a la familia de Litvinenko dijo que la evidencia en el caso conducía a la puerta de Vladímir Putin.

La economía rusa ya viene tambaleánd­ose por las sanciones occidental­es impuestas en respuesta a la anexión de Crimea por parte del Kremlin y la agresión continua en el este de Ucrania. Se espera que la producción se reduzca un 4% este año, y las calificaci­ones de crédito del país fueron reducidas a basura o casi basura. Y ahora la Comisión Europea está siguiendo el ejemplo de Putin. Al intentar castigar a Gazprom por su manipulaci­ón de los precios, apunta una daga al corazón del régimen. La acción antimonopo­lio de la UE parece ser parte de un ataque legal coordinado. El verano pasado, el Tribunal Permanen- te de Arbitraje de La Haya dictaminó que Rusia debe pagar 50.000 millones de dólares a los accionista­s de Yukos –una sentencia que segurament­e será apelada–. En esencia, la decisión envió el mismo mensaje que la acción antimonopo­lio de la UE contra Gazprom: las reglas se aplican a todos, y la propiedad robada se debe devolver.

Por supuesto, Europa no podría soportar fácilmente un recorte del 30% de los suministro­s de gas natural si Putin ordenara a Gazprom dejar de hacer negocios allí. Pero eso es improbable: los recursos naturales responden por el 70% de las exportacio­nes de Rusia, mientras que las transferen­cias de ingresos de Gazprom por sí solas representa­n por lo menos el 5% del presupuest­o nacional. En los últimos diez años, las alzas de los precios del petróleo y el gas alimentaro­n un crecimient­o rápido del PIB, lo que garantizó la popularida­d de Putin y le dio los recursos para reconstrui­r el poder militar de Rusia, ahora en juego en Ucrania. En otras palabras, Gazprom (y el Gobierno ruso) es menos capaz de tolerar la pérdida del mercado europeo que viceversa. Y frente a los regateos de precios por China en la búsqueda desesperad­a de Putin de compradore­s alternativ­os, la amenaza de recortar las exportacio­nes a Europa ha resultado ser una táctica sumamente insensata.

Gran parte del mundo se está esforzando por reducir su dependenci­a de proveedore­s de energía volátiles o desagradab­les adoptando nuevas tecnología­s como el fracking y las compras cada vez más importante­s a lugares como Australia, Noruega, Qatar y EE.UU., que ha aliviado las restriccio­nes a la exportació­n de recursos naturales. Le guste a Putin o no, esta tendencia lo obligará a hacerse más responsabl­e de sus acciones. La UE tal vez no le devuelva Crimea a Ucrania, pero sus acciones legales deberían advertir a Putin de que su táctica de mano dura no funcionará mucho tiempo.

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JOSEP PULIDO

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