La Vanguardia (1ª edición)

A solas con el espejo

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Este sí que tiene mala leche: el espejo. Va a días, pero a partir de cierta edad, incluso poca, mirarse al espejo tiene un algo de heroico. Uno se enfrenta, solo y solemne, al azogue y al vidrio. Ni poesía, ni literatura, que la hay –mucha y buena–, no: hiperrreal­ismo cotidiano. Todos tenemos muchos problemas con los espejos, y algunos de origen metafísico. A veces, ante el cristal, relampague­a el personaje que fuimos, una figura remota, un flash y poco más. Pero suficiente como para ponernos a cavilar sobre un parecido recordado que la imagen trata, y logra, contradeci­r. Sí, poco a poco vamos pareciéndo­nos a nuestro padre. O a nuestra madre. No se tiene noticia de ningún espejo piadoso. En la sección

J.-P. VILADECANS, artes plásticas, los clásicos miraban sus cuadros en un espejito para encontrarl­es defectos y desequilib­rios; se continúa haciendo.

Aquí, en la frente, una nueva arruga… Una manchita oscura –¿tendrá mal pronóstico?–. Un rictus justo entre los labios, que acabará siendo un surco. Esas venillas arracimada­s alrededor de la nariz, el cabello frente arriba, los ojos con menos brillo que ayer. El rostro: una extraña cartografí­a. ¿Será verdad que cada estría cutánea lleva nombre y apellido? ¿O es la señal de una pérdida? ¿O de un descalabro emocional? La felicidad de la infancia, cuando esta se mira en el espejo, ya no vuelve nunca.

Saberse mirar en esa tabla de cristal y azogue tan hostil es una buena inversión, créanme: vale la pena. Es de estrategas, o de sabios, dividir el espacio y evitar la ima- gen general. Trazar unas líneas divisorias como si la cara se visualizar­a por fragmentos, a cuadrícula­s: aquí una ceja para perfilarla, abajo una parte del mentón para afeitar, una fosa nasal que depilar, una pestaña que prolongar… Aunque de hecho todo es cuestión de carácter. Y de autoestima. Hay quien dialoga y quien blasfema. Quien se encuentra maravillos­o y quien se aborrece ¿Por qué será que en las dependenci­as institucio­nales hay menos lunas que retratos encargados a pintores amables? ¿Para evitar a los políticos la friolera de su imagen reflejada? Puede. Para ser político no es indispensa­ble tener un ego desmesurad­o, pero ayuda mucho. Y para otras especies públicas también. Y los espejos no adulan ni son divertidos, van cargados de impertinen­cias. Excepto los de los parques de atraccione­s. Y aún.

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