El lenguaje de los gestos
Antes de convertirse en alcaldesa, Ada Colau ya trata de marcar estilo propio. La líder de BComú ha alimentado su leyenda con una serie de gestos con los que quiere consolidar esa imagen de gente próxima a la gente, al pueblo (en realidad un 15% del electorado barcelonés) que la ha encumbrado. La convocatoria abierta para la ciudadanía acuda el sábado a la plaza Sant Jaume para celebrar su triunfo y le brinde un baño de masas va en esa dirección que bordea la tenue frontera que separa la popularidad del populismo. También su compromiso de limitar su sueldo y el de su equipo, una medida que ha provocado una rebelión del resto de grupos y que, en el caso improbable de que llegara a aplicarse a la estructura gerencial, levantaría un muro infranqueable para que los mejores técnicos y profesionales de los distintos ámbitos de gestión se incorporen a la nueva administración. Estoy convencido de que a la futura alcaldesa la mueven nobles ideales cuando se plantea, por ejemplo, prescindir casi por completo de la flota de vehículos oficiales e incluso cuando se muestra dispuesta a seguir desplazándose–no siempre, sólo en ocasiones– en metro, como si fuera una ciudadana más, emulando aquellas escapadas de Pasqual Maragall por el suburbano que llevaban de cabeza a sus sufridos escoltas y al séquito del imprevisible alcalde y que obligaban a reforzar los mecanismos de seguridad. La entrada de Ada Colau en la alcaldía promete noticias a diario. En su mano está que esas noticias tengan que ver más con su capacidad para tejer alianzas políticas, para buscar la complicidad del personal municipal y de esos sectores de la ciudad que recelan de ella, que con una sucesión de gestos cara a la galería.