La Vanguardia (1ª edición)

El doloroso final de Marilyn, otra vez

El dueño de la funeraria revela que la actriz usaba dentadura postiza

- GABRIEL LERMAN

Los Ángeles Ha esperado más de cincuenta años para contarlo todo, pero finalmente el dueño de la funeraria que se ocupó de trasladar el cuerpo de Marilyn Monroe ha contado todo lo que vio aquel trágico 5 de agosto de 1962.

Allan Abbott, que junto a su amigo de la infancia Ron Hast, creó y lideró durante décadas una próspera empresa de servicio de pompas fúnebres y de alquiler de limusinas para las estrellas, publicará la semana que viene un libro en el que cuenta sus encuentros con los famosos, vivos o muertos. Y aunque en Pardon my hearse (perdona mi coche fúnebre) también habla sobre su trabajo de conductor para Elizabeth Taylor y Richard Burton o para el presidente John F. Kennedy, son sus revelacion­es sobre la polémica muerte de la actriz lo que más está dando que hablar.

Abbott se ocupó personalme­nte de retirar el cuerpo de la morgue y llevarlo hasta la funeraria, estuvo presente mientras preparaban el cadáver para el velatorio y también habló con el operario que había retirado el cuerpo de Marilyn de su vivienda, quien, dice, se mostró sorprendid­o de que el cadáver ya mostrara señales de rigor mortis, una condición que aparece después de seis horas de la muerte, a pesar de que supues- tamente Marilyn había fallecido apenas tres horas antes de que él llegara a la casa.

Cuando Abbott vio el cuerpo de Marilyn en la morgue se quedó impresiona­do. Según él, parecía una mujer común y envejecida. Tenía una dentadura postiza, llevaba un tiempo sin teñirse y se notaba que el color natural de su cabello no era rubio. Llevaba una semana sin depilarse las piernas y sus uñas estaban descuidada­s. Abbott relata que para preparar el cuerpo para el velatorio hubo que vestirlo y ponerle la peluca que Marilyn usó en Con faldas y a lo loco, y que incluso hizo falta conseguir bragas, ya que la actriz no las tenía puestas cuando falleció. Abbott también explica que los senos de la actriz eran mucho más pequeños que los que mostraba en el cine, por lo que rellenaron su sujetador con algodones para que se la viese bien en el funeral.

Abbott se quedó impresiona­do al ver el cadáver, ya que parecía una mujer común y envejecida

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