El conde con la voz de la noche
Muere a los 93 años Christopher Lee, antológico rostro y verbo de Drácula, Rochefort, Dooku y Sarumán el Blanco
Hoy, que todo lo contemporáneo se mide en un plano generacional, pues un mundo decae y otro emerge, la longevidad –vital y laboral– de Christopher Lee (Londres, 1922-2015) es un paradójico test del estado de la cuestión cultural. Porque la biografía artística (o el obituario) de este actor podía muy bien haberse escrito hace veinte años, con los 73 bien cumplidos, cuando ya había puesto su rostro y su tremenda voz al Drácula más popular, el de la Hammer, había encarnado a Francisco Scaramanga, el villano más alto de James Bond – El hombre de la pistola de oro (1974)–, dado vida al misterioso hermano de Sherlock Holmes, Mycroft – La vida privada de Sherlock Holmes (1970), de Billy
Descendiente de Carlomagno, cantó ópera, fue héroe de guerra y músico octogenario de heavy
Wilder–, además de ponerse en la piel de Sir Henry de Baskerville en la adaptación de la intriga El perro de los Baskerville (1959), en la que Holmes era su amigo Peter Cushing, papel que él heredó veinte años después en un par de telefilmes británicos. También había comenzado a foguearse con los hoy aristocráticos papeles de villano, como el Conde Rochefort en Los tres mosqueteros (1973) de Richard Lester, y sus dos secuelas, de 1974 y 1989.
Sin embargo, por increíble que parezca, su filmografía aún no contaba entonces con los que serían sus personajes más populares en el imaginario fantástico. En 1998, Tim Burton lo rescató del olvido –contaría con él para tres películas ( Sleepy Hollow, Charlie y la fábrica de chocolate y Sombras tenebrosas)– y a continuación le llegaron sus papeles de mayor éxito: Saruman el Blanco, en las seis películas sobre los textos de Tolkien dirigidas por Peter Jackson –las trilogías de El señor de los anillos y El Hobbit–, y el Conde Dooku, en los episodios II y III de Star Wars, de George Lucas. Puede sonar extraño, pero en una carrera centrada en un cine de vocación popular y tras protagonizar grandes taquillazos, Saruman y Dooku fueron sus papeles de mayor relevancia y también los más taquilleros.
Lee, nombrado caballero del Imperio Británico en 2010, era conde (o casi, era hijo de la condesa Estelle Mari Carandini di Sarzano, de la que se decía que descendía del mismísimo Carlomagno) y se hinchó a interpretar condes en la pantalla grande y la pequeña. A los antedichos hay que sumar el conde Drago (una variante del vampiro) en Il castello dei morti vivi (1964), el conde Frederic Regula, en El tormento de las 13 doncellas (1967), el conde Borgia, en Safari 3000 (1982), y el conde Ottokar Graf Czerin, en la serie Las aventuras del joven Indiana Jones (1992), su primer contacto con George Lucas, al que conoció por Peter Cushing.
Era hijo de un teniente coronel, Geoffrey Lee, pero sus padres se divorciaron cuando aún era niño. El siguiente matrimonio de su madre lo convertiría en primo de Ian Fleming, cuyo Scaramanga acabaría interpretando. Porque lo suyo eran los malvados. Antes
N A S C H Y Y F R A N C O Paul Naschy, ese creador de fantasías góticas en un cine español por completo desacostumbrado al cultivo del fantástico, por buen nombre Jacinto Molina, fue amigo de Christopher Lee, que llegó a prologar la biografía que firmaron al alimón Ángel Gómez Rivero y Ángel Agudo Vázquez, Paul Naschy, la máscara de Jacinto Molina (2007). Tenían planes de rodar juntos una película sobre El Quijote, pero no fue posible por la muerte de Molina en 2009. Con quien sí rodó Lee fue con Jess Franco, la que sería su penúltima encarnación del vampiro por antonomasia, El conde Drácula (1970). Molina contaba que todo lo de Christopher Lee era extraordinario, como su excelente español –hablaba media docena de idiomas– y, sobre todo, su devoción por El Fary, de quien adquirió su discografía completa. de ser Drácula fue Frankenstein –la criatura, no el científico–, y la momia, y Fu Manchú, y Rasputín, y casi toda encarnación literaria o histórica de la vileza salpicada de inteligencia. Había empezado pronto: su primer papel en el colegio suizo en que estudió fue de Rumpelstilskin, el célebre y retorcido enano saltarín del cuento de los hermanos Grimm. No podría repetir: Lee creció en su pubertad hasta alcanzar la estatura de 1,96. Luchó en la Segunda Guerra Mundial, donde fue agente de inteligencia cuyas misiones siguen clasificadas, conoció en persona a Tolkien, cantó ópera, y en 2010, a los 88 años, fundó su propia banda de heavy metal.
La Universidad de Virginia asegura que, dada la taquilla de sus más de 250 películas, es el actor más visto de la historia del cine. Y otra estadística dirá que no queda hoy ningún villano para el cine con su talla y con su voz.