La Vanguardia (1ª edición)

La lección de Felisa

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Antonio y Felisa son los abuelos octogenari­os de este cineasta que reivindica un cine intimista (“No hace falta tanta gente para hacer una película”). En No todo es vigilia nos acerca a sus vidas, sus temores y su amor. La película ha ganado varios festivales y puso en pie al público en el festival de San Sebastián, que ovacionó a los protagonis­tas. “‘Yo creía que habías hecho esta película para estar con nosotros y no para coger fama’, me dijo mi abuela. Para ellos lo importante fue hacer, estar cerca. No tenían interés en verse, y que para ellos el proceso fuera más importante que el resultado final fue una lección: entendí que lo que hay que cuidar es el camino, el resultado sólo es la consecuenc­ia”. Y también vi cómo la sociedad excluye y explota a esos grupos, en los que se introducía la droga con el consentimi­ento de la policía.

¿Por qué?, ¿para qué?

A la pobreza hay que hacerla dócil. El bienestar de unos pocos se basa en el malestar de muchos.

Luego decidió contar la historia de amor de sus abuelos, octogenari­os.

Aquel retrato íntimo de las relaciones de una familia me hizo pensar en la propia y se hizo evidente la lejanía. Con mis abuelos estuve muy unido, cuando estudiaba cine jugaba a grabarlos, entrevista­rlos.

...Y volvió a jugar.

Cuando regresé de Argentina mi abuelo estaba en el hospital, se había roto la cadera y me instalé con él. Hablamos mucho, era la primera vez que estábamos a solas, sin mi abuela.

¿Qué descubrió?

Que la ausencia de mi abuela era igual de fuerte que la presencia de mi abuelo. Él miraba una pared blanca y la veía a ella. Era como una persistenc­ia retiniana, pero en lo emocional. Así surgió la idea de No todo es vigilia, de esa imposibili­dad de separarse.

¿Cuántos años llevan juntos los abuelos?

Sesenta y dos. Reencontra­rlos fue transforma­dor para mí, porque comprender de manera profunda qué le está pasando a un ser querido es descubrir partes de uno mismo.

¿Qué les pasa?

Son dos seres a la deriva que sienten que sus seguridade­s se vienen abajo porque están físicament­e flojos y empieza a planear la sombra de la residencia. Mi abuelo hace tiempo que ha comprendid­o que no somos dueños de nuestro destino, pero a mi abuela las posibilida­des de cambio le dan miedo.

¿Qué ha sentido usted?

Que, al contrario de lo que parece, sus vidas son más cambiantes que la mía, viven mucho más al límite y las cosas les suceden más rápido. Pensamos que a nuestros mayores no les sucede nada, que su tiempo se ha detenido, pero son como estrellas del rock.

¿...?

Como dice mi abuelo, viven en el canto del pozo. Yo tengo más seguridade­s, no me siento en el abismo.

¿Qué ha comprendid­o del amor conyugal?

Somos muy complejos y cambiantes. Mis abuelos se han pasado la vida encontránd­ose y desencontr­ándose. En ellos he visto cómo convive lo circunstan­cial y lo eterno.

¿Será así para todos?

El reencuentr­o debe ser diario, no podemos vivir de la inercia ni de la memoria, debemos reconstrui­r, volver a crear cada día la vida.

¿Ha visto algo bueno en el hecho de envejecer?

Yo los miro y veo que son dos personas que atesoran gran belleza, grandes sentimient­os. Puede que el cuerpo físico se venga abajo, pero la capacidad para sentir y vivir intensamen­te no desaparece. No somos sólo nuestra memoria.

IMA SANCHÍS

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