Muere el pintor Antoni Pitxot, el fiel amigo de Dalí
Fallece a los 81 años el fiel amigo de Dalí y director del Teatre-Museu de Figueres
JOSEP PLAYÀ MASET
Antoni Pitxot, el pintor del universo mineral de Cadaqués y el Cap de Creus, el director del TeatreMuseu Dalí de Figueres, falleció ayer a los 81 años en el Hospital de Barcelona, como consecuencia de una leucemia. Unas horas antes, su esposa, Leo, y sus hijas le habían hecho entrega en la misma habitación del hospital de la placa de “hijo predilecto de Cadaqués” que estaba programado que le concediese ayer mismo el alcalde en funciones, coincidiendo con la inauguración de la exposición Da
lí, Pitxot, Cadaqués. Entorn a la
pintura en Cadaqués. Una placa donde se puede leer: “A Antoni Pitxot i Soler, fill predilecte de la vila, per sa seu contribució a les arts i la cultura de Cadaqués. 12 de juny de 2015”.
La vida de Antoni Pitxot (19342015) ha estado marcada por tres etapas fundamentales. La primera empieza en 1936 cuando el estallido de la guerra obliga a aquella familia de artistas a dispersarse. Su casa natal en Figueres, en la calle Barceloneta, será incluso bombardeada. Su padre, el violoncelista Ricard Pichot (sólo Antoni catalanizó su apellido, por recomendación de J. V. Foix) se fue a Perpiñan, donde pasó el resto de la guerra. Al final de la contienda vivieron en Figueres, Madrid y San Sebastián, donde se instalaron. En esta ciudad del norte, Antoni interrumpió el bachillerato para dedicarse a la pintura y reforzó esa pasión gracias a las clases de un profesor extravagante llamado Juan Nuñez, que –casualidad– lo había sido también de Salvador Dalí en su juventud. En San Sebastián, Antoni se casó e hizo sus primeras exposiciones, como su hermano Ramon, también pintor, ambos siguiendo la estela de su tío, otro Ramon Pichot, que fue uno de los grandes amigos de Picasso. En 1966 se abre una nueva etapa en su vida cuando toma la decisión, con su mujer Leo, de regresar a Cadaqués, a esa casa que la estirpe Pichot había comprado a finales del siglo XIX en la península del Sortell. Era una decisión difícil porque suponía alejarse del mercado artístico e imbuirse de la soledad de ese espacio tan excepcional como inhóspito. Es entonces cuando empieza a construir paisajes y figuras humanas y divinas a partir de elementos minerales y de los fondos marinos, al modo de Arcimboldo. Y muy pronto tendrá la suerte, como él mismo solía explicar, de que el Centro Internacional de Estudios de la Comunicación Humana, con sede en Villa Barbariga, en San Pietro di Stra, cerca de Venecia, le empiece a comprar toda su producción. Y en 1972, se produce otro hecho inesperado. Dalí le visita en su taller y sale admirado de su obra. Mercedes Pichot, la mujer del poeta
Eduardo Marquina y tía de Antoni, le preguntó: “Què t’ha semblat el que pinta l’Antoni?”. Y la enigmática respuesta de Dalí fue: “Es el Opus Dei de la pintura”. Poco después ya le pidió ayuda para concluir su Teatre-Museu de Figueres, que se abrió en 1974.
Pitxot se convirtió primero en un ayudante de cámara de Dalí. Juntos completaron algunos rincones del museo de Figueres, como esos “monstruos grotescos” del patio, y juntos dieron clases de arte bajo la cúpula. Luego vino ese periodo oscuro en la vida de Dalí, entre 1980 y 1989, cuando se aisló del mundo para no exponer al público su deterioro físico e intelectual. Y Pitxot fue no sólo el único artista que pudo entrar en ese mundo privado, sino que empezó a pasar horas y horas junto a él, convertido en uno de los pocos y fieles amigos del pintor, capaz de animarlo aún y de provocarlo intelectualmente. Dalí lo nombró director del Teatre-Museu con el encargo de que se respetase su voluntad y sus indicaciones. Desde entonces han pasado 26 años y Pitxot ha cumplido a la perfección. Dalí le cedió además un piso del museo para que expusiese su obra y en 1986 le dictó una de sus últimos textos (“La guerre de Troie aura lieu”) para una exposición en Barcelona sobre La batalla
de Constantino. Hace poco más de un año, con motivo de una exposición retrospectiva en Can Framis, en la fundació Vila Casas, en Barcelona, en una de sus escasas incursiones pictóricas en la capital, Pitxot concedió una entrevista a este diario en su taller de Cadaqués, entre cuadros, caballetes, piedras en el suelo o enzarzadas en viejos somieres. Una entrevista extensa, cordial, cercana. “El guardián de la memoria de Dalí” fue el título. Es lo que se desprendía de sus palabras, Pitxot era la memoria de Dalí, de los Pichot, de Cadaqués, de un tiempo bohemio y generoso. Se lo podía llamar para contrastar cualquier información y siempre era capaz de añadir otra anécdota, otro dato desconocido. “Te lo explico porque alguien debe dejar constancia”, solía decir.
Entrevistar a Antoni Pitxot en Cadaqués, en el Teatre-Museu de Figueres o en el castillo de Púbol era como entrar en los secretos del universo daliniano, pero seguro que se ha reservado algunos enigmas.