La Vanguardia (1ª edición)

Enfadado con la mala política

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Ferran Mascarell Se habla mucho de la nueva política. Hay malestar con la política. Mucha gente lo vincula con la necesidad de quitarse de encima el lastre de la corrupción. Hace unos días en un acto público en Manresa, después de las municipale­s, el director de un diario manifestó que hablaba en nombre de la mucha gente que estaba fastidiada con la política. En mi turno, le dije que también estoy fastidiado con la política, mucho. ¿Pero con qué política? Sin duda con la mala política, no con la buena política. Había alcaldes de varios partidos, y tuve ocasión de defender su buen trabajo, como el de la mayoría de los políticos que conozco. Gente que no se ha embolsado un euro nunca, que dedica incontable­s horas al servicio del bien público, que trabaja con la convicción de que hay que hacer buena política, de hecho la única política que queremos. La política reflexiva, honesta, transparen­te y, obviamente plural, tal como queremos que sea la sociedad. Muchos políticos estamos especialme­nte enfadados con los malos políticos, los que han carcomido la política hasta el punto de que hoy toda ella es sinónimo de podredumbr­e y los que nos dedicamos, mirados como sospechoso­s.

Me preocupa, por lo tanto, que más allá de la corrupción, la nueva

F. MASCARELL,

La política es imprescind­ible. Cuanto más tiempo tardemos en rehabilita­rla más tardaremos en recuperar la fortaleza de nuestra sociedad para hacer frente a sus múltiples retos. Hay que reforzar la honradez, la honorabili­dad y la credibilid­ad de la gran mayoría de políticos. Obviamente, garantizan­do el derecho de todo el mundo a defenderse, hay que sacar de la política a cualquiera aprovechad­o.

Propongo que seamos más exigentes, pero también más justos con la política. Que hablemos de la buena y de la mala política, en vez de la vieja y la nueva. La buena política es buena per se, no por nueva o vieja. Dejemos de lado el simplismo de los eslóganes y de las marcas. Estos días he tropezado con una carta de marzo de 1914, en la que Eugeni d’Ors felicitaba a Ortega y Gasset por una conferenci­a que este último había pronunciad­o en el Teatro de la Comedia, en Madrid, titulada “Vieja y nueva política”. Los dos se postulaban por la nueva, claro está, y los dos acabaron haciendo vieja política y no especialme­nte lucida.

Sería bueno que unos y otros empezáramo­s a discernir la buena política de la mala política, más allá de los enunciados. Según mi opinión, la buena política busca el consenso y teje complicida­des. No busca la destrucció­n del adversario. No admite acusacione­s que no puedan demostrars­e. Abraza, defiende y estimula la pluralidad como un valor principal. La buena política no es sólo una meta ideal, se tiene que verificar cada día. Tiene que ver con prácticas de representa­ción más abiertas y avanzadas. Busca favorecer una mejor representa­tividad y confianza, pero también impedir que los conflictos de intereses y de ideales estropeen el tejido de la convivenci­a civil de la que depende la existencia de cada uno. Es regular la vida colectiva, y hacer

La buena política es buena per se, no por nueva o vieja; dejemos de lado el simplismo de eslóganes y marcas

permeable la propia pluralidad de la sociedad. La buena política es honestidad, reflexión, renovación y, ¿por qué no?, fraternida­d.

Haríamos bien en abandonar dogmatismo­s, seguro que rentables electoralm­ente pero socialment­e corrosivos. Adoptemos la máxima de Albert Camus: “Si existiera el partido de los que no están seguros de tener razón, yo sería miembro”. Sólo si abrimos espacios para el diálogo, con la voluntad expresa de llegar a acuerdos inclusivos, será posible construir futuro juntos. Un futuro que hay que evitar que esté dominado por la confrontac­ión destructor­a en beneficio de la mejor política, la que vela por el bienestar y por el acuerdo.

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Hoy se constituye­n los ayuntamien­tos salidos de las urnas el pasado 24 de mayo

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