La Vanguardia (1ª edición)

Strauss-Kahn, el absuelto condenado

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DOMINIQUE Strauss-Kahn, exdirector gerente del Fondo Monetario Internacio­nal, exministro de Economía francés en el gobierno de Lionel Jospin y que fue precandida­to socialista a la presidenci­a de Francia y derrotado en las primarias por Ségolène Royal, ha sido absuelto judicialme­nte de la acusación de proxenetis­mo. Desde mayo del 2011, cuando Strauss-Kahn, entonces al frente del FMI, fue detenido por la policía acusado de violación por una camarera del hotel de Nueva York donde se hospedaba, se ha convertido en un proscrito política y civilmente, porque a la acusación de la trabajador­a del Sofitel le siguieron la de acoso por parte de una periodista francesa y la de proxeneta por organizar fiestas con prostituta­s, acusación por la que se le pedían diez años de cárcel y de la que, como las anteriores, ha terminado siendo absuelto.

Cuando sobre una persona han caído acusacione­s tan graves y, en alguna ocasión, la absolución ha sido provocada por unas mentiras precedente­s de quien acusa, como fue el caso de la camarera de Nueva York, resulta muy difícil que este ciudadano rehaga su vida anterior, máxime cuando se trata de un político de quien se exige un comportami­ento recto y honesto. Pero, sabido es que, como dicta la sentencia absolutori­a, el tribunal trabaja con el Código Penal y no con el moral respecto de las orgías que el acusado, como ha quedado demostrado en el juicio, celebró en Bruselas, París, Washington o Nueva York, según donde se hallara.

Strauss-Kahn ha vencido en los juzgados, pero su patológica, por incontenid­a, y aireada vida sexual le ha condenado de por vida. La figura de un acosador, supuesto violador y causante de trato vejatorio a prostituta­s se ha impuesto a la de un político que, a pesar de sus desenfrena­das ansias sexuales, sirvió en su día, tanto desde su responsabi­lidad en el Gobierno francés como al frente de una institució­n monetaria global, con una eficacia más que notable, especialme­nte si se le compara con sus sucesores.

La actuación de Strauss-Kahn en el plano personal resulta para muchos, cuando menos, impropia por la representa­tividad que ejercía. A ojos de la justicia no es un delincuent­e, pero la política tiene sus condiciona­ntes éticos y cuando un ciudadano decide servir a sus vecinos y compatriot­as, acepta tácita e inexorable­mente este código. Si no lo cumple, su capacidad política puede quedar anulada, como es el caso de Strauss-Kahn. Aunque pueda resultar injusto, la absolución judicial no es en este tipo de cuestiones decisiva, sino que lo que importa es la actitud cívica y ética de cada uno.

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