La Vanguardia (1ª edición)

El sentido de la democracia

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En una democracia, las personas votamos cada cuatro años a unos partidos políticos previament­e formados con listas cerradas, con un cabeza de lista que será quién gobierne si gana las elecciones. Hasta aquí la teoría, pero es necesario saber qué sentido tiene este formato en lo que se refiere a la representa­tividad de la gente. Está claro que cada persona es un mundo y las afinidades de cada cual irán a parar al partido que más se parezca a las suyas. Que la democracia no es un sistema perfecto ya se sabe, aunque cualquier otro es peor. Pero la democracia también tiene otro sentido más amplio, no es tan sólo la participac­ión de la gente en unas

R. MARGARIT, elecciones sino que se trata de que las personas vivan mejor, que tengan buenos servicios sociales, con vivienda, trabajo con sueldo digno, educación y sanidad gratuita y que se preserve el medio ambiente.

Los partidos políticos, en sus campañas, prometen cualquier cosa con tal de ganar las elecciones, aunque muchas veces saben que aquello que dicen no se hará porque existen compromiso­s adquiridos con el mundo del dinero, de manera que mienten descaradam­ente. Eso es lo que pasó exactament­e con la mayoría absoluta del PP, que no tan sólo no cumplió lo que prometió sino que hizo todo lo contrario. Han dejado un país donde, excepto unos cuantos privilegia­dos y su clientelis­mo –que se ha enriquecid­o– ha empobrecid­o la mayoría de la gente a unos niveles que no se veían desde hace muchos y muchos años, es decir, depredado. Hay personas que se meten en política directamen­te para enriquecer­se y además lo dicen sin vergüenza alguna, y otras, honestas, que creen que pueden hacer un buen servicio, aunque las presiones del mundo del dinero son tan fuertes que pasan por encima de la democracia y la convierten en un simulacro.

Pues ahora ha cambiado el paradigma, ni élites privilegia­das, ni sueldos escandalos­os, ni exceso de personal en las administra­ciones, tan sólo lo necesario para que funcionen. Es decir, nada de gastos suntuarios y en cambio, servicios sociales para todos, protección a los más débiles y una ciudad digna sin delirios de grandeza. Y una participac­ión ciudadana real.

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