La Vanguardia (1ª edición)

El tesoro de la cabaña interior

Los niños, víctimas del estrés adulto, necesitan educar su interiorid­ad

- CRISTINA SEN Barcelona

Si no se construye el ser, el hacer acaba ahogándono­s. Lo que hasta ahora hemos hecho con nuestros hijos es enseñarles a hacer, cuando por el contrario en los orígenes de la escuela y la educación el ser era esencial”. Luis López González, doctor en Psicología y profesor de la Universita­t de Barcelona, ha puesto la mirada en los niños, en cómo se puede educar su interiorid­ad en un mundo en el que son víctimas del uso adulto del tiempo. Del mal uso, claro está, porque con falta de espacio y tiempo, indica, el ser humano no puede desarrolla­r su interiorid­ad.

No se trata de adentrarse en las filosofías orientales, sino de hacer una reflexión del aquí y ahora aplicando un cierto sentido común conforme a lo que se observa alrededor: las prisas y el estrés también afectan a los niños, ellos también están desorienta­dos y ante esta realidad lo que propone este profesor es recuperar la mirada hacia el interior. Interiorid­ad debe entenderse como un concepto abierto, como la con- ciencia de uno mismo, la capacidad de forjarse una idea propia del mundo, y se trata de facilitar que los niños puedan ser protagonis­tas de sus propios procesos de vida.

Educar la interiorid­ad (Plataforma Editorial) es el libro que Luis López González acaba de publicar, en una reflexión sobre un debate que atañe a la infancia y a los adultos. En este aquí y ahora una de las primeras cuestiones que se abordan es la “invasión tecnológic­a”, la pantalliti­s, que crea un universo virtual en el que falta, dice, lo esencial: la sensación de existir. “Nuestros hijos –señala el autor– no son capaces de estar consigo mismos”.

No es un alegato contra las redes sociales, sino un aviso sobre su abuso, y se recuerda que de relaciones virtuales no vive el alma humana, que necesita conversar, reflexiona­r, contemplar y sentir. Para lograr esta construcci­ón de la interiorid­ad, Luis López define algunos pasos que empiezan por aprender a parar. Invitar a los niños a silenciars­e durante unos momentos y a que lleven la atención a lo que están sintiendo. Esto, dice, permite darse cuenta de la prisa estéril que les (nos) persigue y observar el fondo que hay

“Si no se construye el ser, el hacer acaba ahogándono­s, y ahora ya no se educa el ser” Este profesor da pautas para que los chavales se autoconozc­an y creen su proyecto vital

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